EL DIARIO DE ANA: Llegan los problemas, por Ana L.C. – Febrero 2013




Mi hermano llegó cuando estábamos reunidos en la sala de juntas y lo primero que vio fue el asombro dibujado en nuestros rostros pues no encontrábamos explicación alguna a lo sucedido, y más cuando buscamos y rebuscamos por archivos, discos duros y ordenadores, para darnos cuenta que el nombre de don Fulgencio no aparecía por ninguna parte, ni en un solo documento,  ni en una carta, ni en un mensaje… era como si nunca hubiese trabajado en el bufete, ni una sola firma, ni una sola mención… nada.
- Veamos… tranquilicémonos… - dijo mi hermano con su capacidad característica para el análisis y la reflexión. – Araceli, usted era su secretaria particular, si no me equivoco.
- Bueno… no exactamente – dudó ella.
- ¿Qué quiere decir? – interrogó él.
- Se puede decir que yo era como una especie de secretaria general que le ponía al corriente de las diferentes actividades desarrolladas en el bufete…, pero… la secretaria personal de don Fulgencio era su esposa.
- ¿Su esposa?... ¿La fallecida?...
- La asesinada – puntualicé. Mi hermano me miró como si  hubiera visto un fantasma aparecer por la puerta.
- ¿Asesinada?... ¿Qué quieres decir con asesinada?... – preguntó.
- Pues eso, que ella no murió de muerte natural, sino que fue raptada por algún grupo de mafiosos con los que don Fulgencio estaba en contacto…
- ¿Mafiosos?... – me interrumpió.
- Eso nos dijo él – y busqué la mirada de Araceli quien afirmó con la cabeza. – Y ellos la mataron…
- Entonces… - apoyó la frente en la palma de su mano derecha. - ¡Vaya por Dios!... ¡Papá me lo dijo y yo no le hice caso!
- ¿Papá lo sabía? – de nuevo la inquietud se apoderó de mí.
- No. Papá simplemente sospechaba que algo raro estaba pasando aquí, pero no teníamos ninguna prueba de ello, simplemente eran conjeturas, sin embargo veo que no se equivocaba… - se puso en pie y se acercó a la ventana y miró al exterior, aunque no creo que vieran nada. – Entonces, ¿el bufete?... – dejó la pregunta en aire.
- Él también nos aseguró que había dejado al bufete de lado en esos negocios, que no había nada que lo pudiese relacionar con ellos…
- Ni con él, por lo que hemos comprobado – apostilló Miguel.
Mi hermano se volvió y lo miró como si fuera la primera vez que lo veía.
- ¿Tú eres…? – preguntó.
- Miguel.
- Sí, sí, disculpa. Tú fuiste a casa de don Fulgencio cuando llamó la policía, ¿no?
- Sí, exacto.
- ¿Y por qué llamó la policía aquí y no a su familia? – mi hermano había vuelto a la mesa y miraba a Miguel con curiosidad.
- Pues, supongo, porque a don Fulgencio no le quedaba nadie por aquí… la única persona más allegada es la señora Encarna, pero ya llevaban más de tres años divorciados… y luego… nosotros…
- ¿Y su hijo? – volvió a preguntar.
- Su hijo vive en el extranjero… creo que en Londres… - dijo Carlos, otro de los abogados. – Soy Carlos – puntualizó ante la mirada de mi hermano.
- Sí, sí, Carlos… Entonces… - volvió a tomar asiento. Se le veía preocupado y cuando lo estaba, le aparecían unas finas arrugas en su frente que le daban a su rostro juvenil un aspecto de madurez. – Entonces la policía no tardará en venir al despacho para buscar información…
- Es muy probable – dijo Miguel.
- ¿Y qué van a pensar cuando no encuentren nada de nada?... – mi hermano nos miró uno por uno.
- ¿Qué hemos sido nosotros los que la hemos borrado?... – respondí.
- Exacto – afirmó. – Lo cual, ¿en qué posición nos deja eso?... – nadie respondió. – Os lo diré, bastante sospechosa – se incorporó de nuevo, él era así, inquieto y en constante movimiento. Se quitó la chaqueta y la plegó escrupulosamente antes de dejarla sobre el respaldo de su silla. – Veamos la situación… - todos nos miramos de unos a otros. Allí estábamos todos, menos Matilde, que todavía no había vuelto de su viaje, y tuvimos que traer sillas de los despachos para que nadie se quedara en pie. Hacía un calor sofocante a pesar del aire acondicionado y la preocupación no ayudaba a soportarla. – Don Fulgencio parece que estaba metido en algún lío con algún grupo mafioso, o algo así… ¿Por qué raptaron a su mujer?...
- Según nos dijo, no estaba relacionado con uno sólo, sino que había otro que se metió por el medio para que traicionase al primero y les pasara información y él se negó – informé.
- O sea, que encima estaba en el medio de una guerra de mafias… ¡perfecto!... – exclamó levantando los brazos al aire. – ¡La cosa se pone interesante! – volvió a sentarse y, casi al momento, se puso de nuevo en pie y comenzó a dar paseos por la sala esquivando las sillas y a sus correspondientes abogados. – Entonces, seguramente, la otra banda raptaría a la mujer para persuadirle de que hiciera lo que ellos querían y el resultado ya lo sabemos… Pasados los días, el hombre, abrumado por la pena y la soledad, pone fin a su propia vida ahorcándose en su garaje… Pero claro, no todo es así de sencillo, porque resulta que la señora…
- Lucía – apostilló Araceli.
- … Lucía no solamente era su mujer sino también su secretaria, la cual seguramente estaría en la nómina de nuestra empresa, ¿no?...
- Efectivamente. – Se oyó una voz en el fondo.
Mi hermano miró hacia allí buscando la persona.
- Soy Vicente, el Jefe de Administración – respondió el otro.
- Gracias, Vicente. Sin embargo, ahora, en este preciso momento, nos damos cuenta que ni el nombre de don Fulgencio, ni el de su esposa, aparecen por ninguna parte en nuestros archivos… ¿Cómo puede ser?...
Se hizo un largo silencio. Volvió a sentarse y abrió su carpeta sacando unos folios de ella.
- Según este organigrama – y mostró los papeles, - este bufete está organizado de la siguiente manera, corregidme si me equivoco: hay seis secciones: Penal, Familia, Civil, Mercantil, Extranjería y Administración, las cuales tienen su propio archivo y disco duro, menos Administración que es la única que tiene acceso al disco duro central – mira hacia Vicente y éste afirmó. – También lo tiene la Dirección, por supuesto, y entre ellos su secretaria – y mira interrogante a Araceli quien también afirma con la cabeza. – Claro que si la esposa de don Fulgencio era su secretaria particular, también ella tendría acceso a los archivos centrales y al disco duro central… Bien… - dejó los folios sobre la mesa y volvió a levantarse y pasear pensativo hasta la ventana. – Eso nos da dos posibilidades: o bien ella borró toda la información antes de que todo ocurriese, cosa bastante improbable pues os habríais dado cuenta, o todo fue borrado después de estas muertes, lo que nos deja la incómoda sensación de que tenemos el enemigo en casa – ningún comentario. Mi hermano se volvió y nos miró a todos. – Eso lo averiguaremos más adelante porque ahora tenemos un problema que es bastante más urgente… vendrá la policía y nos pedirá documentación y ¿qué vamos a darles?... ¿Qué podemos decirles ante la ausencia incluso de las nóminas?, porque el señor Fulgencio y su esposa cobrarían, ¿no, Vicente?...
- Claro que cobraban… - respondió el otro.
- ¿Y tú les firmaste sus nóminas? – inquirió mi hermano.
- Por supuesto.
- Y tendrías copias, listados, etcétera, ¿no?
- Claro.
- ¿Y dónde están?... – el silencio se hizo algo físico, palpable, pesado y agobiante. Araceli hizo ademán de querer hablar, pero él la cortó. – Tranquilos, tranquilos, ya os he dicho que eso se queda para luego, no os esforcéis en demostrar vuestra inocencia, tiempo tendremos. Lo primero es mantener el buen nombre de nuestra empresa y para ello no se me ocurre nada más que una solución: denunciar la desaparición de esos archivos y pedir a la policía que investigue cómo han podido entrar en nuestros discos duros… - nadie protestó ni se hizo comentario alguno. – Ya veo que estáis de acuerdo, creo que es lo mejor porque nuestra posición es un poco delicada, si me permitís el eufemismo, pero eso hace que todos seamos sospechosos y, para no levantar más susceptibilidades, os aconsejo que colaboréis en todo con la investigación policial que nos viene encima.
- ¿Puedo hablar? – pregunté.
- Por supuesto – y volvió a sentarse, pero no en su lugar, sino junto a la ventana, por lo que, de espaldas a la luz, sólo se percibía su silueta.
- Tengo una desagradable sensación, realmente la tuve desde el primer momento en que llegué aquí… Todo es muy extraño, nada parece ser lo que pretende y me encontrado personas que, tal vez no estén relacionadas con todo esto, pero me resulta bastante raro su comportamiento…
- ¿Dónde quieres ir a parar? – preguntó mi hermano.
- Pues… creo que esto es bastante más complicado de lo que parece y tal vez estemos metidos en algún lío mucho más gordo.
- Entonces, más a mi favor para adelantarnos y denunciar todo esto a la policía y que sean ellos quienes se encarguen de todo. Nosotros seguiremos con nuestros casos y nuestro trabajo como si nada ocurriera. Aquí hay un punto y aparte, ¿de acuerdo Vicente?
- Sí, jefe, entiendo.
- Y recordad que todo lo que se ha comentado aquí, aquí se queda. Por ahora no tomaremos ninguna medida con el personal ni nada por el estilo, de la precipitación no sale nada bueno – y se incorporó decidido, por lo que todos comprendimos que la reunión había concluido y comienzamos a desfilar, con caras de preocupación, hacia la puerta de salida. – Araceli – llamó él, ésta se volvió, - mientras yo esté aquí usted será mi secretaria, así que para mañana quiero que se vaya preparando para darme toda la información que sea relevante.
Araceli me miraba como el perrito que es alejado de su dueño y luego le afirmó a mi hermano.
Al salir a la calle la brisa del mar cercano me acarició el rostro y eso me reconfortó.
- ¿Dónde quieres ir? – le pregunté a mi hermano.
- Vamos a tu casa, estoy cansado y creo que tienes cosas que contarme.
Suspiré profundamente. Siempre me ha dado la sensación de que él sabe lo que pienso antes de que abra la boca.

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