PALABRAS DE BUENA PRENSA: Amor y jerarquía, por María Elene Picó Cruzans – Marzo 2012
CASCADA
HRAUNFOSSAR DE ISLANDIA
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El
Segundo Orden del amor es la Jerarquía.
Recordemos
que el Primer Orden al que me refería el mes pasado era el de Pertenencia, es
decir, todas las partes de un sistema
tienen un lugar en el mismo, y asegurado el derecho de pertenencia, sin
distinciones temporales entre vivos y muertos. El desorden es la exclusión, y
ya vimos que de eso El Diablo sabe mucho. Podemos recortar a un antiguo novio
de la foto familiar, pero no podemos “recortarlo” de nuestro proceso vital.
Otra de las formas habituales de “intento de exclusión” es negarle a alguien
(vivo o muerto) el lugar que le corresponde o desconsiderarlo por poseer dicha
situación. Esto nos conecta con el orden de la Jerarquía.
Este
segundo orden nos indica que existe una jerarquía de precedencia, que establece
una prioridad a los que han llegado antes. Ésta no es una jerarquía para
establecer poder o mando, sino que es una jerarquía que otorga un LUGAR. Así,
pues, aquí el desorden va a consistir en usurpar el lugar que no nos
corresponde dejando de lado el nuestro propio. Lo que puede generar en una
persona la sensación vital de estar desubicado, y de haber perdido el Norte.
Para
integrar adecuadamente este orden y también su posible desorden es necesario
retomar algunos aspectos de la Pertenencia. Recordar que pertenecen y tienen un
lugar en el sistema todas las personas que mantienen un vínculo con el mismo. Y
entendemos como vínculo, de forma muy amplia, todo aquello que otorga vida,
subsistencia, cambio y muerte a un sistema. Nos vincula al sistema haberle dado
algo importante, y haber tomado algo importante: todo lo que influye en la
vida, en la muerte y en el destino. De esta manera ocupan un lugar en nuestro
sistema víctimas y perpetradores. Y la exclusión no se contempla.
¿Cómo
usurpamos el lugar del otro y abandonamos el nuestro?
Lo
hacemos fundamentalmente a través del juicio: juzgando aquello que los que nos
han precedido decidieron; tomando por ellos su destino; excluyendo personas o
aspectos de las mismas que no nos gustan; olvidando muchas veces que la
presencia o ausencia de las personas que nos han precedido han hecho posible
que otros vengan después…
CASCADA
SELIANDSFOSS DE ISLANDIA
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De esta
manera, nos mantenemos en orden cuando incluimos sin juicios a antiguas ex-parejas,
a perpetradores que cambiaron nuestros destinos, a la tía loca que pasó sus últimos
días en un psiquiátrico, a la mujer que murió en el parto y cedió su lugar a mi
madre, a los padres que “ceden” a sus
hijos biológicos en adopción, a la ciencia que nos permite engendrar con óvulos
o esperma donados…
En
absoluto quiero decir que me tenga que ir con una antigua novia de mi marido a
tomar un café o invitarla a la cuadragésima fiesta de cumpleaños. No. Sólo
tengo que mantenerla en el lugar que ocupa para que yo pueda ocupar el mío.
Agradecerle a ella y a la vida el haber permitido con su ausencia que yo pueda
estar con mi marido. Y sólo con una amiga y de vez en cuando comentar que a mí
me sientan mucho mejor que a ella los años.
A pesar
de todo lo dicho hay un aspecto de gran importancia que debemos tener en
cuenta: los sistemas actuales, respecto a los de origen, y los elementos nuevos
de un sistema tienen prioridad en cuanto a la atención y el cuidado; no en
cuanto al reconocimiento jerárquico. Nos referimos como “sistema actual” al que
constituye el nuevo hogar que formamos, bien sea desde la soltería o desde la
pareja, fuera del “sistema de origen”, que lo constituyen nuestros parientes
más cercanos, antepasados y ancestros. Esto quiere decir que desatender nuestro
sistema actual en aras del sistema de origen produce un desequilibrio. En las situaciones de familiares
“dependientes” debemos tener muy clara
la jerarquía y no desatender nuestras necesidades de crecimiento. Más
complicada se hace la tarea cuando los lazos de la pertenencia nos arrastran
hacia el “amor ciego” y usurpamos el lugar de los que nos preceden asumiendo su
destino: tomamos el lugar de la madre que sacrificó su vida por el marido u
otro familiar cercano; expiamos la culpa del padre que abandonó a su familia,
no permitiéndonos tener la nuestra; expropiamos el dolor de un ser querido, no
permitiéndonos ser felices… Y un largo etcétera de implicaciones sistémicas que
parten del desorden del juicio. Nos olvidamos de que dejar el dolor a quien le
corresponde no sólo le devuelve su dignidad y lugar usurpado, sino que además
no nos retira el vínculo emocional como habíamos creído en nuestra fantasía.
Nos olvidamos de que si abandonamos nuestro lugar dejamos de ser los “pequeños”
tras los que vinieron antes, que son nuestros “mayores”, y que no podemos
llevar sus vidas, no podemos salvarlos del dolor, y no podemos hacerlo mejor
que ellos… Tan sólo podemos asentir a lo que somos, tomar lo nuestro y mirar
hacia la vida.
Por otro
lado, también debemos tener en cuenta que respecto a los nuevos que vienen al
sistema, sobre todo si son niños, el desorden sería no atender sus necesidades
de cuidado, atención y protección. Existe una tendencia más o menos extendida
en transmitir a los hijos una actitud de trato igualitario, sobre todo para
evitar celos entre hermanos. Nada más alejado del segundo orden de la
jerarquía. El recién nacido requiere atención, cuidados especiales y un lugar
seguro, evidentemente; pero el resto de hermanos deben tener el reconocimiento
jerárquico que les corresponde y les otorga su lugar: nadie puede desplazarme
de mi sitio si estoy bien situado. Es un error esconder al hermano mayor que su
hermanito requiere cuidados especiales; es un error otorgar al hermano menor
los mismos privilegios que al mayor. La idea motivadora estriba en transmitirle
al mayor el deseo de crecer.
Quizá no
sea una simple casualidad que trate este tema el mes que se celebra “El DÍa del
Padre”. Es un orden que habla de estructura y de jerarquía.
PUENTE
ROTO
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No es
difícil escuchar últimamente voces de cargos pertenecientes a la “jerarquía” de
la Iglesia acusando de los males sociales a las “familias desestructuradas”. No
dejo de sorprenderme. En primer lugar, porque utilizan este término de una
forma perversamente ambigua; pero, sobre todo, porque el propio Jesucristo, el
Salvador, proviene de una familia desestructurada. La virgen María admite tener
un hijo “fuera del matrimonio”, y San José lo adopta como si fuera hijo suyo. Y
hay que reconocer que no fue una infancia ni una adolescencia fácil la de
Jesucristo, no en vano San José comenzó
su periplo como padre librando a su hijo de las manos de un infanticida.
Son innumerables los ejemplos que nos
dejan la Literatura, la Mitología, la Biblia, las Actas legislativas y las
Actas bautismales, los Registros y los ataques armados a pueblos en
peregrinaje sobre familias
desestructuradas.
EL
MITO DE EDIPO
“A Layo, rey de Tebas, le había
vaticinado el oráculo de Delfos que un hijo suyo sería asesinado; poco después
su reina Yocasta dio a luz un niño que, para eludir la predicción, fue
abandonado en un bosque donde fue recogido por un pastor que lo entregó al rey
de Corinto, Pólibo, que lo adoptó como su hijo y le dio el nombre de Edipo
(“pies hinchados”) porque había sido encontrado con los pies atados con una
cuerda.
Cuando
Edipo alcanzó la edad adulta visitó el oráculo que vaticinó que sería el asesino de su padre y se casaría
con su madre, por lo que, para evitar que el vaticinio se cumpliera, ya que
creía que los reyes de Corinto eran sus padres, huyó hacia Tebas. En un lugar
donde se cruzaban tres caminos discutió con un conductor de un carro, al que
confundió con el jefe de una banda de ladrones y en el ardor de la disputa, lo
mató y así, inesperadamente, se cumplió la primera parte del oráculo.
Por
aquel tiempo apareció en las proximidades de Tebas un monstruo espantoso, con
cabeza y torso de mujer, cuerpo y cola de león y grandes alas, la Esfinge, que
devoraba a todos los viajeros que no solucionaban el enigma que les planteaba.
Los tebanos anunciaron que darían el reino al que matase a la Esfinge. Edipo se
presentó ante ella que le formuló el siguiente enigma:
“¿Cuál
es el animal que por la mañana anda a cuatro pies, a mediodía, a dos y por la
noche, a tres?”
Edipo
respondió: “Es el hombre, que de niño se arrastra por el suelo, de mozo se
sostiene con dos pies y de viejo, además de sus dos piernas, utiliza un
bastón”.
Entonces
la Esfinge se suicidó y Edipo fue nombrado rey de Tebas y se casó con Yocasta,
su madre. Durante muchos años la pareja vivió feliz, sin saber que ellos en
realidad eran madre e hijo.
Más
tarde, el país se vio asolado por una terrible peste y el oráculo proclamó que
era el castigo que los dioses enviaban por la muerte de Layo y que debía ser
castigado su asesino. Un adivino le dijo entonces a Edipo que Layo, el
conductor que él mismo había matado, era su padre y que había cumplido la
segunda parte de la predicción casándose con su propia madre.
Horrorizada al conocer el incesto, Yocasta
se suicidó y, cuando Edipo se dio cuenta de que ella se había matado y que se
condenaba sus hijos, se vació los ojos y abandonó el trono. Vivió en Tebas
varios años pero acabó desterrado. Acompañado por su hija Antígona, que le
servía de lazarillo, vagó durante muchos años. Finalmente llegó a Colonna, un
santuario cerca de Atenas, consagrado a las poderosas Euménides. En este
santuario para suplicantes murió Edipo, después de recibir la promesa del dios
Apolo de que el lugar de su muerte permanecería sagrado y que otorgaría un gran
beneficio a la ciudad de Atenas, que había dado refugio al vagabundo.”
No sé si
es irónico o una muestra de agradecimiento la que tiene la Iglesia al reconocerle
a San José “el día del padre”. Como mínimo resulta paradójico.
Yo creo
que San José es un buen ejemplo para representar el segundo orden del amor: la
jerarquía. Pocos como él han llevado con tanta dignidad la jerarquía de un
sistema: él siempre supo quién iba delante, quién iba primero. Y se tomó con
indulgencia los desplantes de un Jesús adolescente en busca de su identidad.
JESÚS
EN EL TEMPLO
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“Sus padres iban todos los años a
Jerusalén por la fiesta de Pascua. Cuando tuvo doce años, fueron a la fiesta,
como era costumbre. Terminada la fiesta, emprendieron el regreso; pero el niño
Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres se dieran cuenta. (…) A los tres
días lo encontraron en el templo sentado en medio de los doctores, oyéndolos y
preguntándoles. Su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué has hecho esto? Tu padre y yo
te hemos estado buscando muy angustiados”. Les contestó: “¿Por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme en los asuntos de mi Padre?” Ellos
no comprendieron lo que les decía.”
La Biblia, Lucas, 2, 41-50
Hace poco
escuchaba del Papa prófugo estas palabras: “la
barca no es mía, no es nuestra. Es suya. Y no la dejará naufragar”. Creo
que es cierto. A pesar de todo lo desestructurado que ha andado y anda el
sistema eclesial. Ni él mismo es consciente de las paradojas en las que
incurre. Demonizan lo que ellos llaman “familias desestructuradas” y erigen a
un padre adoptivo como patrón del día del padre.
Al igual
que decía comprender en el artículo anterior a Pedro cuando intenta convencer a
Jesucristo para quedarse acampados en el
Monte Tabor, de igual manera comprendo a la curia: no es fácil “entender” a
Jesús, y mucho menos seguirle. Mientras siga tentándonos el primer orden del
amor: mientras nos tiente la pertenencia, no salimos del “amor ciego”. Es ahí
donde nos quedamos muchas veces, como recodos en el camino; es ahí donde se
embalsan muchos sistemas que nos rodean; es ahí donde está embarrancada la
barca de la Iglesia. Y es precisamente ella la que mejor representa el desorden
del juicio.
Pero,
cuidado con demonizar a la Iglesia. Excluirla no sería más que una forma
patológica de inclusión. Ella no es más que el estanque donde ver el reflejo de nuestras miserias
internas.
Existen
muchas versiones sobre “El Mito de Narciso”. En la versión romana, la ninfa Eco
se enamora de un vanidoso joven llamado Narciso, hijo de la ninfa Liríope de
Tespa. Preocupada por el bienestar de su hijo, Lisíope decidió consultar al
vidente Tiresías sobre el futuro de su hijo. Tiresías le dijo a la ninfa que
Narciso “viviría hasta una edad avanzada
mientras nunca se conociera a sí mismo”.
Un día, mientras Narciso estaba cazando
ciervos, la ninfa Eco siguió sigilosamente al hermoso joven a través de los
bosques, ansiando dirigirse a él, pero siendo incapaz de hablar primero, ya que
la diosa Hera la había maldecido a sólo poder repetir lo que otros decían.
Cuando finalmente Narciso escucha sus pasos detrás de él, pregunta: “¿Quién está ahí?”, a lo que Eco
responde: “Ahí, ahí”. Y continuaron
así pues Eco sólo podía repetir lo que otros decían, hasta que la ninfa se
mostró e intentó abrazar a su amado. Sin embargo, Narciso la rechazó y le dijo
vanidosamente que le dejara en paz, y se marchó repudiándola. Eco quedó
desconsolada y pasó el resto de su vida en soledad, consumiéndose por el amor
que nunca conocería, hasta que sólo permaneció su voz.
Un día Narciso sintió sed y se acercó a
beber a un arroyo. Al verlo, se fascinó por la belleza de su propio reflejo,
sin atreverse a beber por miedo a dañarlo e incapaz de dejar de mirarlo.
Finalmente murió contemplando su reflejo y la flor que lleva su nombre creció
en el lugar de su muerte.
DOBLE
CASCADA DE ISLANDIA
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A menudo
el final de una historia no hace más que encubrir el comienzo de la siguiente
en una secuencia que no podemos considerar fuera de la jerarquía. Un ejemplo
nos lo brinda Oscar Wilde con “El Discípulo”:
“Cuando
murió Narciso, el remanso de su placer se trocó de una copa de aguas dulces en
una copa de lágrimas saladas, y llegaron llorando a través de los bosques las
ninfas de las montañas, las oréades, para consolar al remanso con su canto.
Y
cuando vieron que el remanso se había trocado de una copa de aguas dulces en
una copa de lágrimas saladas, soltaron las verdes trenzas de sus cabellos y
gritando al remanso le dijeron:
- No nos sorprende que hagas un duelo tal
por Narciso, tan hermoso como era.
- ¿Era hermoso Narciso? – dijo el remanso.
- ¿Quién había de saberlo mejor que tú? –
respondieron las ninfas-. A nosotras siempre nos desdeñaba, pero a ti te
cortejaba, y solía recostarse en tus orillas a inclinarse a mirarte, y en el
espejo de tus aguas reflejaba gustoso su belleza.
Y
el remanso respondió:
- Pero yo amaba a Narciso porque, cuando
recostado en mis orillas se
inclinaba a mirarme, en el espejo de sus
ojos veía mi propia belleza reflejada.”
Oscar
Wilde, Poemas en prosa
Las Constelaciones
Familiares dicen que tienen prioridad los que van delante y que no podemos
ocupar el lugar de un miembro que llegó antes. No podemos asumir su destino, ni
juzgarle, ni expiar sus culpas. Cuando lo hacemos, las Constelaciones
Familiares lo llaman “implicaciones sistémicas”. Y al usurpar su lugar,
usurpamos también su dignidad. La curia eclesial esto lo lleva a rajatabla: se
establece como “representante” de Cristo. Ponen un pronombre donde está el
Nombre. (Y eso sólo es digno en gramática). El Papa es el gran usurpador. Y de
esta manera se incurre en la tentación del segundo orden. En el primer orden
del amor la tentación consistía en no querer salir del Paraíso, no querer
probar la manzana… no crecer, manteniéndose en el “amor ciego”. En el segundo orden la tentación consiste en
que una vez que he sido expulsado del Paraíso, quiero ser Dios. Y el problema
de querer ser Dios no es tanto lo que eliges como lo que excluyes: excluyes ser
hombre.
El
intento de exclusión de la naturaleza humana en pro de la divina corre parejo
con la historia. En un viaje que hice por Grecia hace un tiempo, donde era muy
común encontrarte con la imagen de San Jorge y el dragón, descubrí la
simbología de esta imagen: representa la lucha de la Iglesia contra la secta
monofisita que reivindicaba la naturaleza divina de Jesucristo como única,
donde quedaba integrada su naturaleza humana.
Curiosamente
la imagen de San Jorge luchando contra el dragón también la he visto utilizada
como símbolo de la lucha del hombre
contra la madre devoradora, que impide el crecimiento de su hijo.
En el
fondo, la tentación de este segundo orden consiste en tener un sentido perverso
de la Justicia: creer que podemos pedirle “cuentas” a la Vida. Cuando eso
ocurre, la Vida nos mira asombrada y perpleja, aunque nosotros identifiquemos
en su rostro un intento de asustarnos.
“Vivía
en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un
joven sirviente, Ahmed, a quien apreciaba mucho. Un día, mientras Ahmed paseaba
por el mercado de tenderete en tenderete, se encontró con la Muerte que le
miraba con una mueca extraña. Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta
llegar a casa. Una vez allí le contó a su señor lo ocurrido y le pidió un
caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenía unos parientes, para de ese
modo escapar de la Muerte. Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo
más veloz de su cuadra, y se despidió diciéndole que si forzaba un poco la
montura podría llegar a Samarra esa misma noche. Cuando Ahmed se hubo marchado,
Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la muerte paseando por
los bazares.
- ¿Por qué has asustado a mi sirviente? –
preguntó a la Muerte.
- Tarde o temprano te lo vas a llevar, déjalo tranquilo mientras tanto.
- No era mi intención asustarlo -se excusó ella – pero no pude ocultar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra”.
- Tarde o temprano te lo vas a llevar, déjalo tranquilo mientras tanto.
- No era mi intención asustarlo -se excusó ella – pero no pude ocultar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra”.
Cuento tradicional sufí
En
realidad “jerarquía” es una palabra de muy mala prensa. Yo pude acercarme a su
rescate de la mano de Ken Wilber, primero, y más tarde de las Constelaciones Familiares. La Jerarquía nos
dice que hay un primero, un segundo… que existe un orden. Y que existen cosas
que van delante simplemente porque vienen primero. Primero viene la Vida y
luego viene “mi vida”; primero viene la Muerte y luego viene “mi muerte”;
primero viene el Destino, y luego viene “mi destino”. Primero viene mi niño y
luego mi adolescente y, finalmente, si le dejo, mi adulto.
Quizá no
exista mejor manera de rescatar la jerarquía que dejar que cada cosa ocupe su
sitio.
“Se quedaron en acecho y enviaron espías
que aparentaban ser justos, para cazarlo en alguna palabra y así entregarlo al
poder y a la autoridad del gobernador. Le preguntaron: “Maestro, sabemos que
hablas y enseñas con rectitud, que no te importa nada el qué dirán y que
enseñas de verdad el camino del Señor. ¿Nos es lícito pagar el impuesto al
césar o no?” Jesús, conociendo su malicia, les dijo: “Mostradme una moneda. ¿De
quién es la efigie y la inscripción?” Respondieron: “Del césar”. Él les dijo:
“Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.
La Biblia, Lucas, 20, 20-25
Hace poco
en clase con mis alumnos de 4º de la ESO trabajábamos los movimientos de
vanguardia en la literatura e intentaba explicarles el sentido del surrealismo.
Además de reflexionar con ellos sobre que no hace falta irse muy lejos (sólo
mirar la prensa del día) ni tomar drogas psicodélicas para sentirse rodeado de
surrealismos, les hablé del inconsciente, de los sueños, de la poesía y de las
metáforas. Y les propuse hacer un ejercicio con los sueños, como los
surrealistas. Uno de ellos dijo que él no soñaba. Yo expliqué que eso no era
así; pero sí que es cierto que los sueños, como la vida, no pueden forzarse ni
empujarse; sólo podemos entreabrir alguna puerta y permitir que el sueño venga
a nosotros. Para los creacionistas el vehículo que nos lleva al inconsciente
era la poesía, y el camino que recorre los sueños y la metáfora.
No sé muy bien cómo lo hace, y quizá
saberlo o no sea lo de menos; pero sí puedo decir que la Poesía puede
llevarnos a estanques donde podemos
disfrutar de nuestra belleza sin enamorarnos de nosotros mismos y embaucar
nuestra vida; puede llevarnos a bosques donde nuestra búsqueda no sea huir de
la muerte ni dejarnos seducidos por su halago.
“Cuánta cosas han muerto adentro de
nosotros. Cuánta muerte llevamos en nosotros. ¿Por qué aferrarnos a nuestros
muertos? ¿Por qué nos empeñamos en resucitar nuestros muertos? Ellos nos
impiden ver la idea que nace. Tenemos miedo a la nueva luz que se presenta, a
la que no estamos habituados todavía como a nuestros muertos inmóviles y sin
sorpresa peligrosa. Hay que dejar lo muerto por lo que vive.
- Isolda, entierra todos tus muertos.
Piensa, recuerda, olvida. Que tu recuerdo
olvide sus recuerdos, que tu olvido recuerde sus olvidos. Cuida de no morir
antes de tu muerte.”
Vicente Hidobro,
Altazor. Temblor del cielo
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