El diario de Ana: Todos somos sospechosos, por Ana L.C. – Marzo 2012
Pues, como era de
suponer, tampoco aquella noche pude conciliar el sueño. Desde mi llegada a
estas tierras no habría dormido más de tres horas seguidas, y esas sobre el
teclado de mi ordenador… En cambio, mi
hermano interpretó una preciosa sinfonía de ronquidos y se levantó de la cama
jovial y alegre como si ninguna preocupación nos amenazara con terribles
tormentas… De verdad que a veces me da mucha envidia su forma de ser…
La policía nos envió, con una puntualidad
increíble, por lo menos para la media acostumbrada en este país, a un grupo de
jovenzuelos y jovenzuelas que, nada más verlos, nos preguntamos si no serían
becarios… Pero no, nada más lejos de ello, y encima fueron bastante eficientes
y aplicados, metiendo las narices por todos los equipos informáticos, archivos,
armarios y demás, mientras un inspector con cara de dolerle la barriga, igual
era cierto, estuvo haciéndonos preguntas y más preguntas sin reparar en
miramientos ni cortesías. No sólo no respetaron la hora del almuerzo, sino que
también se saltaron la de la comida, así que allí estábamos todo el grupo:
abogados, administrativos, mi hermano y yo, aguantando chaparrones medio
muertos de hambre. Sobre las cinco de la tarde decidieron que ya tenían
suficiente y nos invitaron, amablemente, a los accionistas y empleados, a una
reunión informativa en la sala de juntas. Y allí, entre el ruido de nuestras
tripas protestando, una señorita bastante mona y un chaval con aspecto de
pitagorín nos informaron de que todo estaba muy claro, que no había sido nada
complicado descubrir lo que había ocurrido pues, quien lo hiciera, lo hizo tan
concienzudamente de forma chapucera, que la única conclusión era que pretendía
que nos diéramos cuenta.
-
Perdone, pero no lo entiendo – cortó Vicente, el Jefe de Administración. -
¿Quieren decir que quien borró todos los datos de nuestras memorias y robó los
documentos que faltan lo hizo para que nosotros lo viéramos?
-
¿Pero de verdad que nadie tiene hambre?
Y la sala se llenó de exclamaciones y
gestos hiperbólicos. Así que llamó aparte a Araceli y le ordenó que, ¡por
Dios!, se las arreglase para que trajeran algo con que acallar los estómagos de
todos los presentes en el bufete. Y de verdad, los rostros se relajaron al
instante.
-
Siga – invitó a la inspectora.
-
Pues miren, es muy sencillo. Si en una firma como ésta alguien está trabajando
en algo delictivo, procurará que ello no aparezca en los archivos de ningún
tipo, ¿no? – y nos miró unos segundos esperando nuestra afirmación. – Y si sus
trapicheos no aparecen por ningún lado, nadie se entera de ellos… Sin embargo su
nombre seguiría apareciendo en los documentos normales y corrientes de los
casos cotidianos, como es normal, ¿no?
-
Como, por ejemplo, en las nóminas… - pensó en voz alta Vicente.
-
Exacto – volvió la agente. – Pero es el caso que, un buen día, desaparecen
absolutamente todas las referencias al susodicho personaje, eso llamaría
poderosamente la atención entre sus compañeros y más entre sus socios o jefes…
-
Lo que nos lleva… - apremió mi hermano.
-
Hasta alguien que quería dejar en evidencia al señor que dirigía anteriormente
esta empresa y esto es una buena forma de señalarlo…
-
Pero borrar los archivos de todos los discos lleva un buen rato… - aporté casi
con timidez.
-
Sí, cierto… pero no los han borrado…
-
¿No? – preguntamos todos casi al unísono.
-
No… simplemente los han sustituido.
-
Ahora el que no entiende nada soy yo – se sinceró mi hermano, pero lo cierto es
que absolutamente todos estábamos igual.
-
Es como llevar una doble contabilidad: la real, que no se le enseña a nadie y
la que se presenta en Hacienda… - el silencio fue un poco incómodo. – Pues en
este caso alguien copiaba el contenido de sus discos de memoria, supongo que un
hacker lo tendría fácil por internet “pinchando” su sistema informático con
algún virus, luego, con tranquilidad, día a día, irían borrando las referencias
al señor Fulgencio y, una vez llegado el momento que esperaban, en menos de una
hora les cambian todos los discos de sus ordenadores.
-
Pues por la noche, o una fin de semana… no sé, tuvieron muchas oportunidades.
-
Pero para poder hacer eso… tendrá que ser alguien de aquí, de entre nosotros… -
dijo Araceli, quien ya había vuelto del encargo, un tanto preocupada.
-
Sí, eso me temo – aseguró la otra.
Y una sensación extraña se apoderó de la
sala por la que comenzaron a pulular miradas de recelo mezcladas con las de
incredulidad. En aquel momento se levantó el pitagorín, que hasta entonces
había permanecido en silencio.
-
Por eso es nuestro deber indicarles que ninguno de ustedes, excepto el señor
L.C., por supuesto, podrá abandonar la ciudad durante estos días y, si alguien
se viera obligado a hacerlo, deberá comunicárnoslo primero para tenerle
localizado en todo momento – nosotros asentimos. - Resumiendo, la situación es
la siguiente… El señor Fulgencio estaba metido en algo delictivo utilizando su
posición en el bufete, al mismo tiempo, otra persona, o personas, estaban
hackeando todos los movimientos de la empresa y creando unos discos paralelos
de los cuales extraían toda referencia a este señor, tal vez para utilizarlos
como lo han hecho o… - y nos fue mirando uno a uno, - con otra intención…
Iba a preguntar a qué se refería, pero se
me adelantó Araceli.
-
Vale, supongamos que cambiaron los discos duros, pero ¿y los documentos de los
archivos?
-
Igual – respondió el otro.
-
Pero son papeles, ¿también nos copiaron los papeles?
-
Suponemos que sí, que habrían empleado el mismo procedimiento, lo cual les
llevaría algo más de tiempo, por lo que pensamos que esto lo hicieron durante
un fin de semana…
-
De esto se puede deducir que la contabilidad, documentación e información de
nuestra empresa esta desdoblada y en manos de alguien que no conocemos y que la
puede utilizar cuando quiera… - soltó mi hermano.
-
O sea, que estamos con el culo al aire. – Afirmó Vicente.
-
Exactamente – confirmó el joven policía, - esa es la otra parte. Pero por ahora
todo nos señala al señor Fulgencio como diana y destino de nuestras
investigaciones, pues comenzando a estirar el hilo por él, podremos llegar a la
madeja…
-
¡Pero él está muerto! – Dijo Araceli.
-
Efectivamente, lo que nos lleva a la intervención de otras personas diferentes…
Él mismo se les dijo si no me equivoco – y me miró fijamente.
-
Sí, así fue – respondí. – Dijo que había otro grupo que pretendía competir con
el que trabajaba y que por ello raptaron y mataron a su mujer.
- Ahí lo tienen…
Me temo que han utilizado a su empresa como escudo e, incluso, puede ser que
más clientes suyos estén involucrados, pero es pronto para aventurar
conjeturas… Lo que está claro es que toda su información, incluida la más
secreta, está en manos de personas que las pueden utilizar como les convenga y
alguien les ha hecho el favor de descubrirlo con el cambio de los discos duros
y los documentos… Pero no se hagan ilusiones – atajó los posibles comentarios,
- este no ha sido un gesto altruista, no, sino que simplemente ustedes ahora se
encuentran en medio del fuego cruzado de una guerra de bandas…
En aquel momento llegaron los camareros de
un restaurante cercano trayendo nuestro almuerzo, comida, merienda y,
posiblemente cena, todo en uno, sin embargo parecía como si el hambre se nos
hubiera calmado en aquel intervalo de tiempo. La preocupación se reflejaba en
todos los rostros e infinidad de incógnitas flotaban por nuestras cabezas como
negros nubarrones. La reunión todavía continuó un buen rato, hubo más
preguntas, más respuestas…, más dudas…, pero lo único que sacamos en claro es
que teníamos un buen marrón y que todos éramos sospechosos. Se nos conminó a
que guardáramos silencio y no divulgáramos nada, primero para no entorpecer las
investigaciones policiales y segundo, y más importante, para no hundir la
empresa, y nos aconsejaron que mantuviésemos la calma y que siguiéramos
nuestras vidas y trabajo con la mayor naturalidad… ¡Cómo si fuera tan fácil!
Esa noche tampoco dormí, pero mi hermano
me hizo compañía. Por primera vez en mi vida lo vi realmente perturbado y
taciturno. Nos pasamos toda la noche hablando y hablando y bebiendo litros de
café. Al día siguiente le acompañé hasta el aeropuerto y cuando vi su avión
despegar me sentí la mujer más solitaria del mundo.
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