LA PENÚLTIMA FILA A LA IZQUIERDA: Bessie Smith: I need a little sugar in my bowl, por Ana Bosch López

22 de Agosto de 1935

- ¡Hola Anne!
- ¡Buenos días! ¿Qué tal anoche?
- ¿Anoche? ¡Fue increíble! ¡Hacía tiempo que no disfrutaba tanto! Y no me refiero sólo al baile...
- ¿Será posible? ¿También? En serio, te admiro Nancy. No sé como lo consigues.
- No creas ¡Todo es cuestión de práctica! Una vez le has pillado el truco, todos son iguales.
-¡Calla! ¡Nancy, por favor! ¿Qué pensará el que te oiga?
-Que piense lo que quiera. Ande yo caliente, ríase la gente. ¡Mira! Nunca mejor dicho.
- ¡Nancy!
- Tam, tan, tará...
- Sí, tú baila y canta tanto, y ya verás. ¡Hablando de cantar! Ha venido un chico nuevo. Creo que es pianista, y muy bueno, por lo que parece. Pierre lo ha traído para que os acompañe en el recital. Pórtate bien con él ¿eh? Que ya nos conocemos.
- ¡Por supuesto Anne! ¿Cuándo me he portado yo mal? Bueno, te dejo, que “don Pierre” me espera.
- Let me tell you daddy, momma ain't gonna sit here and grieve...
Sonreí. Anne es genial, pero ella no lo sabe. Siempre está metida en sus cosas. Su trabajo y su novio le dejan poco tiempo libre. Se preocupa poco de ella misma y casi nunca puede hacer cosas que verdaderamente le entusiasman. Es una lástima, porque lo pasaríamos muy bien juntas.
Me dirigí a mi aula. Es la 104, en el primer piso. Mientras recorría el pasillo, escuché el sonido de un piano que venía de la clase. Al principio no reconocí la obra, pero entonces escuché la brillante voz de Pierre entonando “Niun mi tema s'anco armato mi vede...”. Entonces lo supe. Era Verdi. No pude evitar acelerar el paso para escucharlo mejor. No es que Verdi fuese mi compositor favorito ni mucho menos, pero sabía que sí era el de Pierre, lo cual significaba que escucharlo cantar sus obras era algo tan insólito como mágico.
Abrí la puerta y allí estaba. Siempre me he preguntado cómo aquel hombrecillo tan enclenque podía producir tal chorro de voz. Lo que le faltaba de altura, le sobraba de potencia, e incluso en su registro más grave, era capaz de llenar una amplia habitación como aquella.
Cerré la puerta tras de mí y me acomodé en una pequeña silla de madera que había cerca para no molestar y poder escuchar y verle mejor.
Mi estómago no pudo evitar revolverse al oír las desgarradoras frases de Otello: ecco la fine del mio camin... Oh! Gloria Otello fu...”. Pierre tenía la mirada perdida.. Cada sonido surgía de lo más profundo de él y se transformaba en una plegaria. Imploraba. “Freda come la casta tua vita”. Podía escuchar ese vibrato lleno de rabia contenida que hacía cada vez que cantaba Otello y que nunca llegué a entender. “Ah morta...morta...morta”.
Pierre era un hombre misterioso. Debía ser al menos veinte años mayor que yo, pero me llegaba por las orejas. Tenía apariencia amable, pero cuando entrabas en su clase se tornaba muy exigente y poco flexible. Ignoraba si estaba casado, pero sí estaba convencida que tenía a alguien en su vida, aunque sólo fuera platónicamente. Si no, era imposible que consiguiera cantar de aquella forma.
“Ho un'arma d'ancor!” Veía como se agarraba el pecho con fuerza y se desplomaba. La realidad de su cara era tal que me asusté. Pero tras esa mirada perdida y esa cara desesperada seguía apareciendo una increíble voz.
“ah!...un altre baccio” Pronunció la última frase en un suspiro y se quedó inmóvil, tumbado en el suelo.


Tardó unos cuantos segundos en recuperar la compostura. Entonces miró hacia donde estaba yo y sonrió. Estaba segura que no me había notado entrar y que me había visto después por el rabillo del ojo. Pero él no lo admitiría nunca.
-Hola cielo ¿cómo ha ido la semana?
Pierre era muy cariñoso cuando le hablaba a sus alumnos. Era una forma de suavizar la dureza de sus clases.
- Bien, muy bien.
- ¡Me alegro mucho! Mira pequeña, te voy a presentar a mi amigo Robert. Es pianista y ha venido a pasar unos días conmigo. Se ha ofrecido a acompañar a todos mis alumnos en el recital del sábado.
Había estado tan absorta observando a Pierre que no me había fijado en el pianista. Su cara me resultó más que familiar.
-¡Nancy!, ¿te acuerdas de mí?. Igual no, porque hace mucho tiempo.
Sí me acordaba. Robert y yo fuimos compañeros de instituto, aunque no en la misma clase. La verdad, nunca habíamos hablado demasiado, pero ambos teníamos muchos amigos en común y habíamos coincidido en los mismos clubes de vez en cuando, así como en el grupo de música del centro.
Lo noté diferente. No en general; seguía siendo muy alto y los rasgos de su cara no habían cambiado demasiado, pero tenía algo que no era igual. Quizás la actitud con la que venía a saludarme. No le di importancia y coloqué el atril (que Pierre había apartado para su magistral interpretación) en medio del aula. Abrí mi carpeta de partituras y puse delante “Need a little sugar in my bowl” en la versión de Bessie Smith.
Sabía poco de ella. Nunca me molesto en leer información acerca de las obras que canto. Ni creo que para cantar haga falta saber tanto, pero Pierre no piensa lo mismo, claro. Él me hace llegar un montón de información de los periódicos y me recomienda siempre, aunque sin resultado, que acuda a la biblioteca y me llene de los temas que contienen decenas de libros, sobre los ragtimes, la música espiritual e incluso ¡música clásica! Entiendo que él sea un enamorado del género pero, yo no.
-Antes de cantar, Nancy, tendremos que calentar ¿no te parece?
Otra de sus inservibles manías. Ahora tenía que pasar casi media hora haciendo escalas y pronunciando repetidamente sílabas sin sentido en intervalos ascendente y descendentemente.
-Abre más la boca, ¡cuidado! Recoge la voz.
Suspiré de aburrimiento. Robert se rió por lo bajo. Le miré, sonreí y luego, en un momento en que Pierre se dio la vuelta, abrí la boca exageradamente a modo de burla.
-¡Nancy, haz el favor! Colócate como Dios manda. ¿Te crees qué a mí me gusta estirar? ¡A nadie le gusta, pero hay que hacerlo! Si no, luego, te arrepentirás, que cuerdas vocales sólo tenemos unas. Esto no es un instrumento que se puede reparar en un luthier.
Me quedé seria. Aunque no me gustaran muchas cosas de las que me decía, le tenía mucho cariño. Pierre había sido mi profesor desde muy pequeña, y quien más me había apoyado cuando había pensado en abandonar. Confiaba mucho en mí y en mi talento. En el fondo, sabía que todo lo que me decía, era para bien.
Acabamos los ejercicios de estiramiento y entonces vino la pregunta que tanto temía:
-Bien Nancy ¿qué sabemos de Bessie Smith?
Agaché la cabeza y él me entendió.
-Ya veo...no sabemos nada. ¿Cómo piensas cantar así? Siempre es importante saber todo lo que puedas de aquel a quien vas a interpretar.  ¿Cómo vas a saber si no, cómo hacerlo?
En momento así nunca sé dónde mirar. El silencio era muy incómodo y me sentía mal, pero, de repente Robert habló:
- ¡Seguro que sí sabe algo! Por ejemplo que es de Tenesee, que canta jazz, blues y algunos vaudevilles...
Asentí, aun con la cabeza agachada. Notaba la dura mirada de Pierre y no quería enderezarme para  encontrármela. Se comenzó a pasear por la habitación, seguramente para calmar los nervios que le producía la falta de curiosidad de sus alumnos y entonces me atreví a levantar la vista. Pero miré a Robert. Él me devolvió la mirada y me guiñó un ojo. Noté como media sonrisa se dibujaba en mi cara. Me alegraba tener una cara amable para que me ayudara a soportar tanta tensión.
-Bien Nancy... está bien. Hoy no os voy a dar yo las clases. Lo hará Robert. Yo me quedaré en el aula escuchando y dándoos algunas indicaciones.
 No sé si la idea me gustaba. A decir verdad, aunque duras, las indicaciones de Pierre me tranquilizaban cuando cantaba. Es extraño como te acostumbras inconscientemente a algo que crees aborrecer y no es hasta que te de repente lo quitan cuando te das cuenta de lo mucho que te hace falta.
Giré mi atril hacia Robert, que seguía sentado al piano. La verdad es que la otra razón por la que no me gustaba la idea era precisamente él. Si bien es cierto que hacía años que no sabía nada de su vida, el tiempo que fuimos compañeros no le tuve mucho aprecio exactamente. Siempre me pareció un chico raro. Iba de aquí para allá cargado de partituras y empolvados libros que luego leía en el autobús de camino a casa. No le faltaban amigos, pero su grupo no era precisamente popular ni admirado por el resto. Por ello creo que nunca entablé amistad con él porque, aunque tuviésemos intereses similares, supongo que me afectaba demasiado lo que pudiesen pensar los demás. La verdad, nunca fui popular ni envidiada por mis compañeros, pero no quería que me encasillasen.
-Bien Nancy, empezamos ¿te parece?
Su semblante se tornó serio. Pierre, se había acomodado en una silla, a la otra punta del aula y estaba ojeando uno de sus libros.


Robert comenzó la pieza con una pequeña introducción pianística de cuatro compases. Miraba como sus manos tocaban el piano, casi rozándolo. Parecía tocar sin ganas; tenía la espalda curvada y la cabeza caía sobre el lado izquierdo. Ni siquiera miraba la partitura, sino hacia la pared, como si hubiese repetido aquel pasaje cientos de veces y estuviera harto de tocarlo. Entonces de repente, se enderezó un poco, me miró, alzó las cejas y asintió con la cabeza para indicarme que era mi turno. Comencé a cantar, pero por alguna razón, me sentí temerosa. No entré con la seguridad precisa y mi voz tembló al principio y, aunque luego logré recuperarme, noté que la afinación no era correcta, el ritmo no estaba bien y me equivocaba con las palabras. Tenía la partitura delante, pero aunque la miraba, no veía nada. Tenía la extraña sensación de no saber lo que estaba haciendo, los sonidos salían solos de mi boca, aunque no era yo quien los cantaba. Me sentía muy incómoda. Intenté relajarme pero eso empeoró las cosas. Comencé a pensar en que Pierre me estaría mirando en ese momento, con su cara de rabia y convencido que no había estudiado como debiera y me sentí peor. Pensé también que la primera impresión que Robert se estaba llevando de mí era más que desastrosa. ¡Menudo reencuentro! Más de cinco años sin vernos y menuda carta de presentación le estaba dando; una chica tonta, cansada y con una cara enervante por haber salido la noche anterior hasta las tantas, que no se había molestado ni siquiera en buscar información de algo tan esencial como de una de las mayores cantantes de blues del momento a la que además, tenía que interpretar. En cambio él, seguro que sabía mucho. Se le notaba.
Terminé y aun me puse más nerviosa si cabe, esperando a que alguien hablara. Sabía que no iba a ser bueno. Sabía que podía hacerlo mejor pero había sido incapaz y temí que el día del concierto me ocurriese algo similar ¿Qué pensaría Pierre? ¿Qué pensaría Robert? ¿Qué estaba pensando Robert ahora? De repente, habló.
- No está mal Nancy. Tienes una voz muy bonita; en cierto modo, parecida a la de Bessie. Ambas tenéis un timbre profundo, intenso, que puede llenar una habitación sin esfuerzo y con una interesante flexibilidad. Se nota que te has mirado la canción a conciencia y tienes cierto dominio técnico sobre ella. ¿No es fácil, sabes? Cantar como Bessie es realmente complicado, teniendo en cuenta la facilidad rítmica, la capacidad de afinación, la agilidad y su fantástica dicción. Es una tarea realmente complicada porque ella articula las palabras con una enorme variedad de enfoques tonales y además, se le puede entender el texto perfectamente. Hay que trabajar muy bien la dicción para llegar a ese punto, ya que muchas veces cuidamos mucho el sonido (intentamos que salga claro, potente, redondo o centrado) pero las consonantes del texto nos lo entorpecen, nos molestan en nuestra tarea, ya que al fin y al cabo, una consonante no es sino cortar el aire y lo tenemos que volver a emitir, mientras que en las vocales no hay detención del aire. Por ello, muchas veces, suavizamos las consonantes para que nos sea más fácil, pero perdemos claridad de texto. Hay que evitarlo todo lo posible ¿entiendes? Cuanto más claro sea lo que digas mejor, pero sin perder calidad sonora, porque en el fondo, lo que estás haciendo es música.
Tenía razón. A veces Pierre también me hablaba de eso, decía que no se me entendía.
Robert sabía mucho y además, hablaba muy bien. Estaba seguro de lo que decía y no titubeaba ni dudaba. Las palabras fluían solas de su boca, como si hubiese repetido el mismo discurso una y otra vez, aunque sabía que no era así. Me hablaba con seriedad, no de enfado, pero con firmeza, como convenciéndome de lo que decía. Mi cara también estaba seria. Quizá por lo extraño de las circunstancias y, por supuesto, por mi desastrosa interpretación.
Observé su aspecto. Era un tanto desaliñado. Llevaba el pelo revuelto y una barba poco cuidada. No se podía decir que fuese atractivo ni mucho menos, y unas marcadas ojeras acompañaban sus ojos marrones.
Aun con todo, me había dicho cosas muy buenas, pero seguro que eran para suavizar. Yo siempre lo noto. Muchos profesores comienzan comentando un par de cosas favorables para luego explicar lo que realmente falla. Es un tipo de psicología muy efectiva, pero conmigo no funciona. Y Robert la estaba utilizando conmigo. Seguro que no había visto aquella potencia de voz que dice, y ¿cómo podía afirmar que me tenía bien preparada la obra si me había equivocado en varios versos? Era cierto, pero realmente imposible que se hubiese dado cuenta. Igual me había notado nerviosa y esa idea aun me gustaba menos.
Yo asentí seriamente a todo lo que me dijo y miré hacia abajo para no cruzarme con su mirada cuando, por fin sonrió, y me dedicó una sonrisa que se me antojó un tanto dulce y bohemia.
- ¿Vamos da capo?
Asentí y volvimos a empezar la canción. Esta vez me convencí de que saldría mejor, levanté la cabeza, miré a Pierre, que continuaba enfrascado en su libro, y canté.
Pero seguía estando nerviosa. Notaba como había más seguridad en mí, pero no pleno convencimiento. Ni siquiera me movía. Mi cara era inexpresiva y no dejaba de mirar la partitura aun sabiendo que ese día cantaría de memoria.
Robert interrumpió la música a mitad de la frase y volvió a hablar:
- Bien Nancy, pero te falta algo...te falta carácter, garra. Bessie es una persona con mucho temperamento. Es muy sanguínea. En cierto modo tuvo que serlo. Desde muy pequeña sintió la discriminación racial y vivía en un gueto de la ciudad. Era muy pobre, y se quedó huérfana muy pronto. Imagínate que es, Nancy, levantarte por las mañanas y que tu mamá no tenga el desayuno preparado encima de la mesa. Y ni siquiera saber si ese día vas a desayunar. Pasear por las calles y que los otros niños te insulten por ser de otro color de piel, te digan que estás contaminada, que eres una basura y cosas mucho peores. Por suerte, Bessie era una niña alegre y jovial. Tenía carisma y bailaba muy bien. Tan bien, que su primer trabajo fue, precisamente, como bailarina, aunque, la verdad, tengo mis serias dudas de que no fuese algo más. Allí comenzó a cantar, por pura afición, con unos funestos artistas que le hacían de profesores y que, aunque pronto vieron su talento, no le dejaban avanzar por miedo a ser pisados. Pero Bessie ya era de niña una mujer sin miedo y cantaba después de cada actuación. Tenía tanto éxito, que el público nunca se iba sin tomarse la última copa escuchando un par de canciones de la pequeña Smith.
Robert hablaba de una manera extremadamente fluida. Me di cuenta entonces que no recordaba su voz, pero sí su forma de hablar. Ya entonces hablaba mucho. Le noté cierto aire de superioridad, que contrastaba mucho con su postura caída y cabizbaja que parecía dar la imagen de una persona que en el fondo, tiene una autoestima por debajo de lo normal. Sus gestos eran extraños, casi extravagantes, no me gustaban. No me gustaba él, en realidad. Era Robert ¿cómo podía gustarme alguien como él? Sonaba cruel, es cierto, pero así era. Quizá estaba influida por la imagen que me había creado años atrás, era más que probable, pero no podía dejar de pensar que la persona que me estaba corrigiendo era alguien a quien le hacía el menor caso posible y, a veces incluso, me cambiaba de acera si lo veía venir porque si me hubiese tocado saludarle no habría sabido que decirle.
En realidad no me caía mal, nunca lo había hecho, pero ¡Vaya! Era Robert. Era de los tipos raros. Me imaginé contándoles mi día a cualquiera de mis amigas, seguro que de sus bocas salía: “¿Robert? ¿En serio? ¿Te estaba dando clase ése?”
Me di cuenta que nada de lo que me decía sobre Bessie me sonaba. Y conocía algo de ella; sabía que es una de las mayores cantantes de blues, de hecho la llaman la emperatriz del blues, que ha trabajado con autores de la talla de Louis Armstrong, cuyo dúo más famoso es el St Louis Blues, una pieza verdaderamente fantástica, ya que forman una perfecta sincronización de registros. También sabía que fue una de las actrices mejor pagadas del teatro negro y que compró un tren para poder viajar con su compañía y evitar cuestiones raciales. Las últimas noticias de ella eran que se había dado al alcohol, lo cual había perjudicado enormemente su carrera hasta el punto que sus giras llegaban a antros donde predominaban las canciones pornográficas.
Todo eso no cuadraba, para mí no era la mujer y desperdiciada que me estaba describiendo, así que decidí preguntárselo.
-Esto...pero...una cosa...a ver...
Mientras hablaba, notaba mi voz temblorosa y dubitativa ¿qué me estaba pasando? ¿Quizá era el cansancio de la noche anterior y las muchas cosas en que tenía que pensar acerca de lo ocurrido en la última semana? Noté que no me expresaba con claridad y las palabras se me trababan como si no supiese expresarme. Cuando acabé, pensé que Robert no me había entendido.
- Sí, todo eso es cierto Nancy, pero tú me estás hablando de la segunda etapa de su vida y yo de la primera. Para llegar donde dices tú le hizo falta firmar con el sello discográfico Columbia que en aquel momento estaba en quiebra. Su hermano, que trabajaba allí, le consiguió que algunos de los productores aparecieran casualmente en el bar donde actuaba, entre ellos Frank Walter, que fue quien se fijó en ella. Al principio firmaron por muy poca cantidad de dinero, pero los éxitos de ventas de Bessie se dispararon y la discográfica salió de su quiebra gracias a ella. Su carisma y su facilidad para el blues la convirtieron en una de las mejores cantantes. De hecho, para mí, lo sigue siendo, aunque su vida parece que va por otro camino. Además, vienen otros tiempos. El blues como lo conocemos ahora está decayendo y aparecen otro tipo de canciones como los vaudevilles que, aunque me consta que también interpreta, no pueden compararse a la superioridad de los blues. Aun con todo, es la artista que más discos ha vendido.
Me sentí un poco tonta. En parte por no saber todo eso que era mi obligación y por otra porque lo que decía Robert era evidente. Para que una mujer de color llegara hasta donde está ella, había que pasar un largo camino. Era evidente que él hablaba de la Bessie niña y yo de la Bessie adulta y formada musicalmente. Era algo lógico. Mi pregunta no tenía sentido alguno. Robert debía estar pensando que, definitivamente, no tengo muchas luces. Aunque en realidad, no me importa que lo piense, de todas formas, él tampoco es quién para juzgarme.
- Por eso, Nancy, tienes que cantar con más fuerza. Imagínate que eres una mujer que ha pasado un calvario para poder llegar donde estás. Que tienes una fuerza que te sale de las entrañas y que controlas para hacer de ella una magnífica música. ¿Lo volvemos a intentar?
Me hizo esa pregunta muy seriamente. Cualquier otra persona me hubiese dedicado a la vez una sonrisa. Pierre, por ejemplo. Hay que ser más amable. Se me antojó pensar que, en realidad, su seriedad no era más que un intento de disimular algo más profundo. Como si evitara que se le notara alguna cosa. Igual era por mí, porque también me miraba poco cuando hablaba. Tenía los ojos puestos en la nada la mayoría de las veces, como si le explicase a un ser imaginario y yo fuese sólo una oyente interesada.
Volvimos a cantar la pieza un par de veces más, para medir bien las entradas y que no hubiese grandes problemas de acoplamiento. Empecé a acostumbrarme un poco a la situación. Comencé a moverme suavemente, aunque Robert me pedía más. Pero era incapaz. “No puedes sentir vergüenza con este idiota” pensaba, aunque luego me sentía mal por los insultos que le dedicaba.
Íbamos a comenzarla una tercera vez cuando Pierre nos interrumpió.
-Muy bien, ya es suficiente. Nos hemos pasado del tiempo y aun quedan más cantantes. Nancy, cariño, nos vemos pasado mañana ¿no? Y acuérdate de revisarte la obra de Ella Fitgerald que no nos ha dado tiempo a mirar.
-Sí, claro.
Recogí a toda prisa porque temía no llegar al autobús a tiempo. Me despedí desde la puerta con un “adiós” y miré a ambos profesores. Pierre me devolvió el adiós con una abierta sonrisa y Robert, que hacía un momento había estado riendo a carcajadas, me hizo un gesto con la mano y me dedicó una mueca algo indecible.
Recorrí rápidamente el pasillo y salí corriendo del edificio no sin antes mirar hacia la mesa de Anne que no estaba. Habría marchado ya. Crucé la calle a toda velocidad porque el autobús estaba parado y a punto de irse. Por suerte, lo cogí.
Me senté en la penúltima fila a la izquierda. Estaba muy cansada. Había sido un día duro en la universidad y la clase de canto me había agotado. Había sido raro. El encuentro con Robert me hacía sentir descolocada y pensé en las muchas tonterías que había dicho yo en la clase, y lo mal que había cantado. Imaginé qué estaría pensando de mí, y las respuestas no eran nada buenas. Enseguida decidí que no me importaba su criterio porque yo pensaba mucho peor de él.
Poco a poco, dejé que mi mente volara e imaginara por sí sola. El cansancio, las preocupaciones y el malestar me hacían sentir que necesitaba un hombre a mi lado en ese momento. Me imaginé a uno. Uno real. Notaba sus caricias y sus besos en mi cuello. Sentía que me abrazaba y me hacía sentir que mis preocupaciones se desvanecían. Le miré a la cara. Sentí que el corazón se me aceleraba y un cosquilleo recorría mi cuerpo. Notaba la sensación de la novedad. Le sonreí con ojos tiernos. No era John, el chico de anoche, ni era “mi viejo carcamal”. Era otro.
Alguien en quien hasta ese día, nunca habría pensado...

….

Sonó el teléfono. Era Pierre.
-Nancy, tienes que venir hoy a ensayar.
-¿Pero no habíamos quedado mañana?
-Sí, pero hay un problema. Robert no podrá acompañaros. Se va a París esta noche porque le ha surgido un concierto más importante de imprevisto. Así que tienes que ensayar con un pianista nuevo.
-De acuerdo.
Nancy colgó y el estómago le dio un pinchazo. Esa no se la esperaba. 
De repente, le vino una idea a su mente. Una idea descabellada, sin sentido, demasiado impulsiva para ella. Una verdadera locura. Quizá, una de esas locuras que sólo se cometen una vez en la vida...



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