ESCRITOS DE MI MEMORIA: El camino de mis sueños, por Carmen Tomás Asensio
Tuve un problema grave de salud. Una
recuperación lenta y una gran ansiedad por mi parte porque mis hijos me
necesitaban.
El médico me aconsejó:
- Practica el yoga. Te enseñará a
relajarte. Te ayudará mucho.
Empecé a ir dos veces por semana.
Entonces, hace muchos años, no había tantos lugares en los que se enseñara esta
disciplina.
Un jesuita llegado de la India y un
librito: “Yoga cristiano en diez
lecciones”, a mí me salvaron de una depresión.
- Cerrad los ojos – nos decía.- Imaginad
un paisaje, una planta, el interior de un hogar; algo que os infunda ilusión,
que os parezca bello, que os dé serenidad.
Yo imaginé un camino estrecho, bordeado de
árboles altos, con troncos rectos y delgados, con copas verdes que se abrían en
lo alto y daban sombra y frescor. Un camino umbroso, pero a su final, lo
árboles se iban aclarando y por entre las ramas se filtraba la luz.
Una luz cálida que iluminaba el último
tramo del camino, que llamaba a seguir, a contemplar lo que había detrás de las
sombras.
Me relajaba en esta contemplación, me
llenaba de paz, de serenidad. Nunca intenté ir al final del camino. Me gustaba
así, tal como había imaginado durante mucho tiempo. Era sólo mío porque estaba
dentro de mi mente.
O eso creía yo.
Un día fui de compras y pasé por una calle
donde había varias galerías de Arte. Tenía tiempo, el cartel de una de ellas me
pareció sugerente.
Entré a verla. Era una exposición de
pintura monográfica de un pintor no demasiado conocido.
El local era bastante grande. Dos o tres
docenas de cuadros colgaban de las paredes. Paisajes, retratos. Me gustó. Al
final de aquella sala había una puerta que descubrí que daba a una salita
pequeña. No más de ocho cuadros de formato más pequeño colgaban a su alrededor.
En un rincón estaba mi paisaje. Igual que
yo lo había imaginado. El camino verde, sombreado de ramas, ligeramente
curvado, pero dejando ver el final, la luz, entre las hojas de los últimos
árboles, insinuando un mundo irreal y maravilloso en el que no se llegaba a
entrar. Las hojas estaban más doradas, como al principio de un otoño, pero la
sombra que proyectaban era la misma.
De haber tenido dinero hubiese comprado el
cuadro. Lo consideraba casi un “plagio” de mi imaginación. Pero que alguien con
mayor sentido de la belleza hubiese tenido esa misma imagen como inspiración,
me complacía.
Además, quizá existiera ese paisaje en
algún lugar que el artista había visitado y que yo no conocería jamás. Pero yo
lo había encontrado con mi imaginación, entre mis sueños.
Y seguí relajando mi mente, con la visión
de “mi camino”.
Una primavera fui de viaje a Cantabria con
unas amigas.
Pernoctábamos en un pueblecito, cerca de
Santander.
Cada mañana, el autobús de la agencia nos
llevaba de excursión, de medio día o jornada completa, según la lejanía del
lugar.
Había mucho que ver y cada día el paisaje
era diferente y siempre hermoso.
A la salida del hotel, antes de llegar a
la carretera general, recorríamos cada día un tramo que estaba bordeado por
árboles frondosos, hasta el punto, que formaban un techo verde y fresco. A mí
siempre me sorprendía y me gustaba.
Un día, embelesada como estaba con la
vista de esta hermosa arboleda, volví a ver mi camino.
La vegetación crecía lujuriosa y entre
estas plantas verdes y brillantes por la humedad de la mañana, vi el sendero de
mis sueños. Estaba más oscuro de lo que yo siempre imaginaba, pero era él. Se
adentraba haciendo una curva suave, entre árboles de tonos diferentes y al
final… la luz. ¿Se terminaba el sendero? ¿Se aclaraba la arboleda?
Había un suave y dorado resplandor en
aquel final que tantas veces había imaginado.
¿Cómo pude “ver” tantas cosas en tan poco
tiempo? Muy fácil.
El autobús paraba en aquel Stop que
marcaba la curva. Yo estaba en el asiento adecuado y seguí viéndolo cada mañana
a nuestra salida de excursión.
Me hubiese gustado adentrarme en él,
descubrir la luz, pero no era posible, estábamos demasiado lejos del hotel.
Parece que hay muchos caminos, hermosos caminos, que se adentran en bosque
reales y que son como el mío imaginario.
Yo creo que es el camino de mi vida.
Sombras y luces. Claros y oscuros. Sendas con recodos que cuesta recorrer. Y al
final, la luz.
Una luz que me llama y que no deja que la
contemple, que descubra su origen, de dónde viene su esplendor.
Seguramente no es el momento.
Pero está ahí, en cada revuelta del camino
verde de mi imaginación. En todos los caminos de todos los campos, de todos los
bosques, de todos los sueños.
La luz está ahí y más allá aún el secreto
de su resplandor.
Y yo me estoy acercando. Sé que me estoy
acercando y que pronto lo descubriré.
¡Después de tantos años!
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