ÉRASE UNA VEZ: Paseo nocturno, de Rubem Fonseca, por Melquíades Walker

El brasileño Rubem Fonseca es uno de esos autores de inspiración tardía, pues no fue hasta sus treinta y ocho años cuando comenzó su carrera literaria, sin embargo, no llegó a ella con las manos vacías, sino repletas de las experiencias vividas en su trabajo anterior como abogado y policía y, sobre todo, atesoradas durante el tiempo pasado ejerciendo en las calles de Río de Janeiro, de las cuales obtuvo un rico bagaje de temas e imágenes que plasmará en sus libros.
Hombre sensible que busca los aspectos humanos en las tragedias de las que es espectador, se va inclinando hacia la defensa de los derechos de los más oprimidos y, sobre todo, a partir de su intento de promoción a juez, donde pudo ver de cerca la corrupción y la violencia de los poderosos, lo que le marcaría en su estilo narrativo, el cual se caracteriza por ser austero, adusto y directo, en el que se remarcan la lujuria y la violencia cotidianas del mundo marginal en el que se movía y para el cual creó su personaje Mandrake, un abogado impúdico, insolente, cínico y libertino, quien conoce profundamente los entresijos del submundo de la ciudad.
Pero encasillar a Rubem Fonseca como escritor de género negro sería demasiado simplista y poco real, pues este autor es uno de los más grandes narradores de la literatura contemporánea, policiaca o no, y detrás de todos sus escritos siempre se esconde una crítica, más o menos velada, al sistema que le ha tocado vivir, un sistema postcapitalista cuya mayor característica es la enajenación y el desquiciamiento del individuo urbanitas, pues como dice Gustavo Flavio:  “El escritor debe ser esencialmente un subversivo. El escritor tiene que ser escéptico. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres”.
La ciudad que nos presenta Fonseca es un lugar donde la vida está repleta de riesgos y él utiliza esta circunstancia para criticar todo el catálogo de absurdos en los que cae la sociedad. Así, en “Paseo nocturno” pretende mostrar la relación viciada y pervertida entre el afán de posesión y el gusto de la destrucción por placer dentro de ese mundo grotesco de personajes desequilibrados, propios de una realidad terrible sobre la que nos obliga a reflexionar.
  
Paseo Nocturno
de Rubem Fonseca
Traducción de Paula Vera.

Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en el dormitorio de ella practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín? Preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte.
Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado y como siempre no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida?
La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos una cuenta bancaria conjunta.
¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear de auto todas las noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.
Los autos de los niños bloqueaban la puerta del garaje, impidiendo que yo sacase mi auto. Saqué el auto de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que el corazón batía rápido de euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante, por ser más fácil. Ella caminaba apresuradamente, llevando un bulto de papel ordinario, cosas de la panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella sólo se dio cuenta que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de los neumáticos pegando en la cuneta. Di en la mujer arriba de las rodillas, bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro, de esos bajitos de casa de suburbio.
Examiné el auto en el garaje. Pasé orgullosamente la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas máquinas.

La familia estaba viendo la televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenos noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía. 

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