EL ARPA DORMIDA: Rogelio Buendía, el violín desconcertado, por Ancrugon

“Soy un violín desconcertado y mudo
y quiero arrinconarme,
y yo mismo me eludo
porque tengo pavor a emocionarme”.


Se dice de Rogelio Buendía, onubense de nacimiento, allá por el 1891, que anduvo por los caminos de la poesía probando de todas las fuentes y mordiendo en todos los frutos, por lo que su voz tenía tantos timbres y tanto tonos, como pasiones dormitaban en su alma e ismos fungían sus efímeros cargos de estrellas fugaces. Médico de profesión, aunque ave de espíritu, se esforzó por desentrañar los secretos encerrados en la arcilla de las palabras, para poder modelar lo inefable en goteos de rimas y en corrientes de pasiones que abandonaba a su suerte en las páginas literarias que pululaban sobre los candiles del momento, y así, cuando sólo contaba con veintiún años de edad, tal vez todavía bajo la influencia de los cisnes y palacios, las princesas y los hados, afilió sus versos al sentir modernista, ya de pelo cano, con su volumen primerizo El poema de mis sueños, al que siguieron, con idéntica filiación, Del bien y del mal, en 1913 y Nácares, tres años después.


La poesía de lo desconocido


¡Oh, la dulce delicia de lo incógnito
que se esfuma en las calles y en los campos!

¡Oh, el anhelar saber quién es la dama
que cerca de nosotros ha pasado,
oliendo a violetas o a caléndulas
o al perfume fragante de los nardos!

Delicia del anónimo inocente
que sin querer firmarse está firmado,
al hablar de unos celos y un amor,
por una temblorosa y blanca mano.

Curiosidad ingenua que tenemos
por unos ojos y un perfil románticos...

Pensamiento infantil de nuestra mente
al escuchar de noche ciertos pasos,
que nos hacen rezar estremecidos,
creyéndolos de brujas o de trasgos.

Música que se queda en la memoria,
sin que se sepa quién la habrá engendrado...

Versos que yerran por nuestro cerebro
y que locos acuden a los labios,
sin que jamás se sepa quién los hizo
sonar a río y trascender a prado...

Carreta que se oculta en la vereda
de rosas y de lirios del ocaso,
sin dejar más que surcos paralelos
que acabarán no se sabe dónde y cuándo.

¡Poesía sagrada de lo incógnito,
tienes tú para mí todo el encanto
de lo que se ha tenido y que se va,
y de lo que se espera y no ha llegado!
[Del bien y del mal]


Y para remarcarlo lo dejó por escrito en la revista Grecia, justo en el número aparecido el 15 de febrero de 1919, en un texto titulado A la mano creadora de Rubén Darío, sin embargo pronto daría un giro y encaminaría sus pasos por los áridos y polvorientos senderos del ultraísmo, donde destacaría especialmente apremiado por la urgencia de la renovación espiritual y técnica, dando a luz su colección de poemas La rueda de color, de 1923, lleno de guiños dadadístas rebozados de la esencial harina sensorial y el complemento justo de romanticismo.


Soledad


         Uno.                    
         Por todas partes que miro sólo veo                      
         el número uno.                       
         El número uno fatídico:                    
               un árbol                  
               un pájaro                          
               un hombre                        
         El sol, solo en su soledad,                          
         la luna, una en su unidad,                          
         y yo, como un miembro amputado                       
         me desangro sobre la mesa del café                     
         como en un quirófano.                     
         Y mis ojos llenos de luz lejana,                   
         y mis manos extendidas                    
         miran instintivamente hacia el Sur.                      
                -¡Oh, aquella canción!,                       
               un árbol                  
               un pájaro,                         
               una flor                   
         Pero entre los ojos vivos de los dos         
              dos.                           

[Grecia, núm. 48, 1920]


Grito


Quiero cantar sin pausa
líricamente al desaire,
como quiera hacer mi flauta
al entrar y salir del aire.

Quiero reírme sin sordina,
ampliamente, al sol del estío,
con esta risa divina
de este corazón tan mío.

Quiero bañar el alma en gozo
salvajemente, y saltar,
hasta tirar la angustia al pozo
y el prejuicio echarlo al mar.

Y, entonces, ir por los caminos
con la alegría en la mirada,
la voz llena de blancos trinos
y la sonrisa beatificada,
a decir que la vida es esto:
y el resto,
nada.

"La rueda de color"


Serenata


Árbol de sol colgando en la noche,            
tu pelo caía,         
escala de oro                
por la ventana abierta.           

La luna helaba, fría,               
con su gumía                
el cielo plafonado.        

Nieve azul en la estrella          
mayor, ojo de oro          
sobre el negro absoluto.         

La escala caía               
de la ventana honda.              

Decoración de noche,             
de campanario y de estrellas.            

Y la canción decía:                 
Sobre tus ojos se ha caído mi alma;           
en el fondo, en el fondo           
la veo, guija perdida en la laguna.             

¿Qué vas a hacer de mí           
si dentro              
no tengo más que la penumbra,        
como esta noche            
metida está en la tierra?         

¿Qué vas a hacer de mí, que vivo loco,                
vacío de mí mismo?                

Bosque de oro               
que cuelgas en la noche,         
luna aturdida en árboles de otoño,             
mía sin serlo, sol de la noche.           

Mi alma se cayó            
en el fondo sombrío                
de tus ojos de espejo.              

Déjame que suba,          
déjame que suba           
por la rampa de oro                
de tu pelo.            

En el jardín, la risa de una estrella.            

La rueda de color

Pronto se sube al tren de la vanguardia neopopular y gongorista común a la generación llamada “del 27” con sus libros Guía de jardines, donde se mezcla lo popular y lo culto, y Naufragio en tres cuerdas de guitarra, compuesto por dos largos poemas (Corporeidad de la sirena y Naufragio en tres cuerdas de guitarra), con el que se acerca al grupo de los surrealistas y donde se funden naturalezas opuestas, jugando con la humanización de las cosas y la cosificación de lo humano en medio de un ambiente marino y la pasión musical.


Naufragio en tres cuerdas de guitarra
(fragmentos)


En el oblicuo ramo de la ausencia,
tu camino de estampas,
epítetos de clara equivalencia
bajaban por el borde de sus rampas.
Y aunque el tímido amante
del soslayo del cuerpo desdoblado
descartó las estrellas del instante
en un mar sin espumas, despumado,
cada atril soportaba los esquifes
de corcheas tripuladas
por negros matarifes
de cabezas por ti electrocutadas.
(...)
En la bahía en celo
los senos de los mástiles, hinchados,
le clavaban al cielo
aguijones en muslos constelados,
en la carne turgente
del mar de raso y del azul ceñido
a la cadera del marino ardiente
que monta al mar.
(...)
Los ángeles-sirenas
entonaban de algas claro cántico,
mientras en las antenas
el radiador del Monte del Erebo
suspiraba cadenas
para amarrar al horizonte nuevo.
Serafines de esmalte y aluminio
-equilibristas sobre cirros malvaen
el stadium del vapor de minio
pintaban unas claras
por el telón de acuario de la noche
en que el pez volador salta a piola
con patas de fantoche
sobre el dorso encorvado de la ola.
(-. .)
y el hosanna de voces
se unió al latir de bárbaros acentos
de los monstruos de arcilla y a las coces
de las montañas que parían rocas.
(-. .)
Tronco en el mar. Desde la playa opuesta,
un brazo se descubre de una manga
y la flor pentapélica de a bordo,
marina y blanca estrella,
en su estuario sordo,
ya no es clamor, ni espuma, ni centella.
Clavada en la arenisca,
sella el crustáceo muerto escarapela
y la carne es arisca
sílice gis, que hiela.
Los senos, cada uno por su lado,
dos montes donde anidan los cangrejos,
y yo vengo hoy a nado
a salpicar de luz estos espejos.
Carpinteros de lluvias
cepillan las virutas de tu cráneo
y hermosas trenzas rubias
caen al corte del viento, subitáneo.
(. . .).

A partir de este momento, Buendía ya no vuelve a publicar ningún libro, aunque sus poemas siguieron apareciendo en diversas revistas literarias y su nombre continúa en la memoria cada vez menos colectiva… La guerra lo trunca todo y con el final de la misma Rogelio es despojado de todos sus cargas profesionales y no volvió a ejercer como médico hasta 1946, en la ciudad de Elche, donde le dieron la plaza de titular.


Intermedio

        
Por el cristal, la vida. Bajo mis pies, la tierra.                        
No hay nadie en la planicie erizada de lenguas                       
que forman las ardientes llamas de fuego.                     
Los árboles tundidos por los vendavales,                       
por los solazos y por las orugas serradoras.                  
La casa abierta a los planos verdes                      
y a los volúmenes de las casas y de las yerbas,                        
es un prisma irisado.                        
En cada muro blanco, toda clase de aves                       
y todas las flores del campo y del jardín,                       
que se entran por la puerta abierta,                     
por los limpios cristales que avanzan                  
como lentes para estudiar belleza.                       
Detrás de los cristales, abiertos ojos de cristal,                       
abiertas lentes,                       
penetradas por la primavera,                     
y cerradas, a medio abrir la persiana,                           
en estío, gritan los colores:                        
el azul del cielo que parece que se va a romper                       
como un búcaro gigante y frágil,                         
búcaro de cristal y de cansancio.                         
Flores a miles. Y en verde acuático, la estancia.                     
Y yo, siempre yo en soledad, solo.                        
El pie sale, el corazón se queda,                          
como el caracol de goma,                          
no se separa de su estancia.                       
¡Buenos días, mañana!


Tapiz marroquí


El oro y el moro, y el fuego              
que, detrás, pone el viento que quema.                 
El oro y el moro que teje         
tapices de lanas y sedas.         

Con aires de fuego están hechos                
los rojos, los verdes y azules;            
la lana trenzada y tejida          
con brasas, de abril hasta octubre.             

La brisa del Sur en invierno,            
y el oro fraguado en la roca,            
telares de ensueño refrescan,            
y el dátil, surcando la boca.             

El oro y el moro y el fuego               
-la vieja y vivaz fantasía-        
y como en las mil y una noches,                 
volando en la alfombra la vida.


Te tira el dolor de las piernas,


Te tira el dolor de las piernas,
te hinca lo feo su garra.
Ya quieres volar y no puedes,
hay algo que quiere añadirte
ideas de pan amasado
con cuajo que emporca la masa.
Los bajos y astrosos dolores
echados a ti te envanecen,
creyéndote físico tonto
que al fin triunfará de la muerte.
Por fin te has librado de todo:
del eco, del mal, de la nada.
Y sales, poema, tan limpio
e inútil, tan puro, que, clara
la luz que te trajo a la vida,
espejo o arroyo,
de ti se engalana.

Rogelio Buendía murió el 27 de mayo de 1969, a la edad de 78 años. Su obra, con una vuelta en el último periodo al neopopulismo, comenzó a aparecer en todas las antologías de poesía española, aunque su obra no frecuente los libros de texto ni su nombre se inscriba en las listas de popularidad de la lírica contemporánea.


Vuelo

        
El árbol, la mañana, el pensamiento,         
todo en azul volcado y construido;             
todo en azul desde el primer momento:                
la tierra, el corazón, el blando nido.          

La sombra de la casa es amplia y queda              
dentro de la caricia de su ambiente            
un aroma de arroyo y de arboleda             
que se entró con el aire y el relente.            

El árbol, la mañana y este anhelo              
de volar con los pájaros en vuelo               
que no termine nunca. Con el nido             

debajo de las alas, y en la rama                 
de un árbol y otro árbol, que la llama        
de la canción revele su sentido.


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