CREERÉ: Capítulo 1: Dime que no es cierto, por Ángeles Sánchez
¿Qué puedo hacer yo? Cada célula de mi cuerpo me
implora salir corriendo y buscar un lugar caliente y cómodo para morir en paz.
Noto como se extinguen mis fuerzas, apenas ya puedo arrastrarme por el suelo.
La herida de mi muslo es profunda, estoy
segura que ha alcanzado alguna arteria. Me desangraré en poco tiempo. Pero no
puedo. No puedo dejarla ahí, a merced de a saber qué. Cris me mira con ojos incrédulos,
casi creo ver una sonrisa en su cara.
El sol es abrasador, hacía años que no brillaba tanto.
Empiezo a sentirme mareada, muy mareada. Ya no tengo energía. No puedo seguir
adelante. Arrastrar su cuerpo y el mío es una tarea imposible. No hay forma de
avanzar, la mala hierba que nos cubre me pica en las quemaduras. Es una tortura
continuar moviéndose. Ella empieza a balbucear, al principio no logro
entenderla. Creo escuchar un “yo lo
hice”. No es momento para cargar con la culpa, si estábamos apunto de morir
¿Que importa?. Intento responder, decirle
que no es
su culpa, que
tarde o temprano
me habrían encontrado. Pero tampoco puedo hablar, respirar es un
agotador sacrificio que está empezando
a ser imposible
así que no
digamos hablar. Ella
continua diciendo incoherencias.
La sonrisa que creía haber visto hace unos segundos vuelve a aparecer en su
cara. ¿Cómo podía estar feliz al mismo tiempo que se sentía culpable y moría?
Y entonces lo comprendo.
– Tú... - consigo decir.
Creo que es la ira la que me impulsa, la que hace que
consiga hablar. ¿Así que era eso lo que necesitaba para no darme por vencida?
Ira. Y tengo a Cris al lado. Ella me delató.
– Yo les dije dónde estabas.
Claro que fue ella. Sólo unos pocos conocían mi
posición exacta. Sólo unos pocos sabían dónde me había estado escondiendo los
últimos años. Sólo podían haber sido ella, Ana o Javi. Jamás consideré que ellos
lo hicieran por que jamás hubiera dudado de ellos. ¡Qué estúpida fui! Lo que le
ofrecieron a Cris a cambio de delatarme jamás lo sabré, pero supongo que sería
una cifra con bastantes ceros. Eso era lo único que le importaba.
– Fui yo.
No me había dado cuenta hasta este momento de las
lágrimas que corrían por mi cara. Tendida en un suelo irregular, lleno de
piedras y matorrales, mirando al cielo y sin posibilidad alguna de sobrevivir,
decido gastar mis últimas fueras en un cruel y fugaz deseo, la mataría yo
misma. No serían sus heridas, la falta de agua o algún animal carroñero quien
pusiera fin a sus días. Sería yo. Con mucho cuidado para no rozar más de lo
debido mis zonas heridas me doy media vuelta, dejando mi agitado pecho contra
el suelo. Así me es mucho más difícil el respirar. Busco a duras penas hasta
que encuentro una piedra un poco más grande que mi puño. Con eso me bastará.
Repto por el suelo el pequeño espacio que nos separa sintiendo como
la carne quemada
se me desgarra
con cada centímetro,
con cada pequeño guijarro de
tierra. ¿Qué importa el dolor? Quizá así me debilite más y muera más rápido.
Cuando le miro a los ojos no hay ni una pizca de
resentimiento, de pesar. Encuentro mis últimas fuerzas en lo más adentro de mi
ser, en mi ira. Consigo alzar la roca y propinarle un buen y certero golpe en
su sien. Sus ojos no se cierran pero la sangre que sale del pequeño cráter de
su cabeza, que ha salpicado mi cara e inundado mi mano junto con el cese de su
respiración me dejan claro que está muerta.
Ahora es mi turno para morir. Y lo haré sola, como la
asesina que soy. Todo empieza a estar negro, muy negro. Mis ojos se cierran sin que yo pueda
hacer nada para evitarlo. Mi respiración es cada vez más irregular. Deseando
que llegue el momento.
No puedo resistir más el dolor.
Así que me abandono a la deriva en un mar de dolor, ya
no vale la pena luchar. No mienten cuando dicen que toda la vida te pasa por
delante cuando estás a punto de morir.
Soy Angy. Una superviviente del 21-D, tengo 27 años.
Después de la tormenta solar y del fallo eléctrico fui obligada a dejar mi
casa, mi hogar y me arrastraron hacia la nueva capital del país. Ahí empecé una
relación con Javi, uno de mis amigos de la infancia. Y ahí la terminé cuando me
encontré con Mario, mi “gran amor”. Jara, quien había tomado
el poder de
la nación y
quien se hacía
pasar por el
líder de los revolucionarios para tenernos a todos
engañados, mató a Mario. Y yo maté a Jara. Entonces hui y me escondí. Sólo dejé una carta escondida para
mis tres mejores amigos y mi hermano explicándoles lo sucedido y
diciéndoles dónde iba a estar. Durante
un tiempo viví en unas cuevas al norte junto con otros exiliados. Al cabo de un
par de años nos enteramos de que en el Gran Núcleo habían encontrado la forma de
restaurar la electricidad y que el nuevo gobierno formado por los rebeldes
había decretado el estado de paz e indultado a todos los culpables de crímenes
contra el anterior presidente y su mando. Eso me dejaba en una buena posición,
de no ser por que aún quedaban bandos de seguidores de Jara que aclamaban mi
cabeza. Por lo que tuve que seguir escondida. Fui hasta el sur, me instalé en un pueblo
pesquero y cambié mi nombre por
el de Noa. Allí viví en paz durante otros tres años, no me relacionaba con casi
nadie y casi nadie intentaba relacionarse conmigo, me tenían como una loca
ermitaña, lo cual era perfecto. Cada cierto tiempo llamaba por teléfono a Ana,
Cris y a mi hermano, para decirles que estaba bien, pero jamás llamé a Javi. Pensaba
que nunca más les volvería a ver. Ni si quiera quería hacerlo. ¿Cómo miras a
tus amigos, a tu familia, a la cara después de haber matado a alguien (por
mucho que se lo mereciese)? Pero ayer, sin previo aviso Cris apareció en la
puerta de mi casa. No me gustó verla, pero supuse que si había venido hasta
aquí era por algo importante, me dijo que Ana estaba mal, que estaba muriendo.
Y mi mundo se derrumbó. ¿Sería cierto o sólo era parte de la estratagema? Dejé
que Cris se instalara en mi habitación, y yo dormí en el sofá del comedor, tuve
tantas pesadillas esa noche que cuando escuché las ametralladoras pensé que eran parte de otro
mal sueño. Hasta que comprendí que estaba
despierta. La cocina estalló
y la onda
expansiva me lanzó contra la ventana que se rompió en mil
pedazos punzantes. Caí al suelo, el humo me asfixiaba, la casa entera estaba en
llamas. Corrí a buscar a Cris, y la encontré tendida en el suelo boca abajo,
también mi cuarto había estallado. La cogí como pude y la saqué de la casa por
la puerta de atrás, justo entonces
empecé a escuchar gente corriendo, gritando ordenes para que nos aniquilaran.
Busqué en la oscuridad del porche hasta que encontré el rastrillo que usaba
para arar mi pequeño huerto. Esquivé todas las balas de puro milagro. Al ser
noche cerrada ni si quiera ellos veían muy bien dónde estábamos. Debieron
pensar que era una tarea fácil. Uno de los hombres, no, era una mujer, corría
hacia mí disparando a discreción, le dí tal palazo con el rastrillo que cayó
muerta al instante. Cogí su arma y me
aseguré de que Cris seguía respirando. El alba estaba empezando a
despuntar, si quería cruzar todo mi huerto y llegar al bosque sin ser vista
tenía que ser rápida. Disparé y maté a un par más que venían detrás
de mí. Agradecí los meses de
preparación con armas en la fábrica clandestina
de Kiko (o sea, de Jara). Conseguí llegar al linde del bosque, y vi como uno de
ellos, confundido, disparaba a un compañero que abatido intentaba levantar a la
chica que había matado con el rastrillo. ¡Capullos! Pensé. Fue entonces cuando
sin previo aviso un disparo alcanzó mi muslo, uno de ellos me había seguido.
Grité tan alto que todos alertaron mi posición. Aseguré a Cris en mi costado.
Disparé al que me había seguido y corrí tanto como nos era posible a las dos.
Vi en la cara de Cris que estaba muy mal herida. No iba a conseguir salvarla. Y
podía ser que ni yo me salvase. Jadeando me entremetí por los árboles que bien
conocía, les despisté. Cuando dejé de oír voces me aventuré a salir al otro
lado del bosque, a un páramo de maleza bastante amplio. Tropecé y Cris y yo
caímos al suelo. Me arrastré tanto como pude. Pero era inútil.
Y esa es
mi historia. Tomo
bocanadas de aire
mientras noto que
me asfixio. Lentamente se me
escapa la vida. Y de pronto, alguien me ha cogido en brazos y percibo un olor
familiar, el aire que me golpea en la cara me hace intuir que está corriendo.
¿Por que no me he muerto? Deseo hacerlo
y justo en ese instante la inconsciencia cae en mí.
Un sentimiento dulce y vibrante recorre mi cuerpo, lo
reconozco, es la morfina. Alguien está mitigando mi dolor. Y
lo está consiguiendo, pues ya apenas siento nada. Es como si flotara en medio
de la nada. Paso horas, quién sabe, incluso días así. Es mejor que la muerte,
es mejor que el dolor. De vez en cuando escucho voces, no las reconozco. Pero
no tengo miedo, no es la primera vez que me encuentro así, postrada a saber
dónde, sin poder despertar pero sin
dormir del todo.Y sea quien sea la persona que me está ayudando, me quiere
viva. Empiezo a cogerle el gusto a las drogas. Si no muero acabaré siendo una
ermitaña yonki. Puedo vivir con ello. Me gusta la idea. Ojalá pudiese vivir
aquí y así de por vida. Aunque presiento que no me dejarán. Y así es, después
de no sé cuanto tiempo, mi cuerpo empieza a dolerme de nuevo. Empiezo a notar
mis articulaciones. Puedo abrir los ojos, aunque no puedo hacer nada más. No
hablo, no escucho y no me muevo. Supongo
que me están quitando la morfina. Estoy sola en una habitación blanca de
hospital con los ojos abiertos. Por largo rato pienso que moriré de desazón. No
me importa. Ya nada me importa. He bloqueado todos mis pensamientos, todo lo
bueno y malo. ¿De qué me sirve? Hasta que me acuerdo de Ana. Cris me dijo que
estaba muriendo ¿Sería cierto? Intento ladear la cabeza buscando a alguien,
pues hasta el momento sólo he visto el techo perfecto de la estancia. Me duele
el cuello al moverme, definitivamente no hay morfina y me pregunto ¿Cuánto
tiempo llevaré aquí para que mi cuerpo se queje de tal manera ante un menor
movimiento? A mi izquierda solo hay unas
máquinas que registran mis constantes
vitales y una
puerta. Poco a poco y
muy consciente del suplicio que implica tornar mi cuello
hacia el otro lado analizo todo lo que soy capaz de ver. Al otro lado hay
ventanas por las que veo que es de noche y un sofá dónde alguien descansa hecho
un ovillo. No consigo verle la cara. Pero parece un hombre. Me limito a
mirarle, parece que ha pasado bastantes horas aquí y no seré yo quien perturbe
su sueño. ¿Será la misma persona que me rescató?
Definitivamente moriré de tedio. Pasan las horas, el
sol sale y mi silencioso acompañante
sigue durmiendo a pierna suelta. De vez en cuando ronca un poco, entonces
cambia su postura y cesan los sonidos.Y yo sigo quieta, sin ninguna necesidad de moverme en
absoluto, mi delicado cuerpo me implora que no le azuce con más torturas. Deben
de haber pasado un par de horas desde el amanecer cuando un basto
estremecimiento recorre mis entrañas,
desde el estomago hacia arriba. Consigo reprimir la primera arcada, pero cuando
llega la segunda no puedo menos que doblarme por la mitad del dolor y vomitar
en el suelo. De pronto un frío gélido atraviesa todo mi cuerpo seguido de un
calor infernal, es tan rápido que cuando me doy cuenta estoy vomitando de
nuevo, las máquinas pitan, y yo empiezo a marearme. Creo que me voy a desmayar.
Entonces el hombre que me ha estado “cuidando” despierta y empieza a dar voces.
Sigo vomitando, agarrándome las entrañas tan fuerte que pienso que si no las
expulso acabaré arrancándomelas yo misma. Dos hombres vestidos de blanco entran
por la puerta a toda prisa, regulan un par de botones de los goteros que tengo
puestos y al cabo de unos segundos quedo otra vez sedada. Había oído hablar de
los efectos secundarios de la abstinencia a la morfina, pero nunca pensé que
serían tan fuertes y devastadores.
Esta vez mi letargo dura menos, creo que unas horas a
lo sumo. Cuando dejo de flotar en el mundo irreal de las drogas y soy
plenamente consciente de todo mi cuerpo tengo un ataque de pánico tan fuerte
que las máquinas empiezan a pitar incluso antes de que abra los ojos. Alguien
me abofetea la cara para que le de algún tipo de señal. Abro los ojos, y la
cara me está mirando, aún rota por el miedo, es más bella de lo que jamás
podría haberla recordado. Sus ojos azules, su pelo castaño claro y esa barba de
dos o tres días tan sexy hacen que me vuelva a marear en el momento. Sin pleno
aviso, más arcadas. Esta vez no vomito. Consigo decir una sola palabra:
– Javi...
Él me mira, creo que feliz de que le haya reconocido.
Las lágrimas se escapan de mis ojos y me siento extrañamente a salvo. Pase lo
que pase, sé que Javi no me dejará sóla, que no me dejará morir. Lo tengo tan
claro como que fue su olor el que distinguí en el páramo. Él me salvó.
– Angy, yo...
– Javi...
Y esa es toda
nuestra conversación. Los médicos
vuelven a entrar, estabilizan el gotero
y esta vez no me duermo, sólo me quedo tonta. Me acomodan la cama para que mi
espalda quede ligeramente inclinada. Hablan algo con Javi, pero yo no hago mucho
caso. Simplemente miro a Javi y pienso que si algo malo le pasase a Ana me lo
diría. Miro su figura, parece mucho más musculoso que la última vez que le vi. Mucho
más guapo y sexy. Hacia años que no sentía una atracción así por nadie. ¿Qué sé
yo? Debe ser la morfina, que ya me está haciendo delirar. Los médicos salen y
Javi se sienta en su sofá. Nos miramos durante unos cinco minutos que parecen
eternos. Estoy literalmente flipada con su mirada. Se ha vuelto más dura, más
agresiva, más pasional. Supongo que es por la edad. Supongo. Finalmente es él
quien habla, lo hace despacio, eligiendo bien las palabras. Duda al principio.
– Angy... yo... yo lo siento tanto. Cuando supimos de
los planes de Cris ya era demasiado tarde. Salí tras ella tan pronto como pude,
al llegar a la dirección que Ana me dio - ella está bien-, la casa estaba
totalmente asolada. Había tíos muertos por todas partes. Yo tuve que... bueno,
déjalo, no importa. Empecé a correr y a buscar como un loco. Me adentré en el
bosque y ahí encontré otro cadáver. Era todo un caos, salí a la luz del prado y
a lo lejos vi como le metías a Cris una piedra entre ceja y ceja. No voy a
decir que no lo mereciera... pero... - le miro ansiosa - pero la Angy que yo
conocía jamás hubiera matado a una amiga, por muy mal que se hubiese portado
con ella.
Me derrumbo ante sus últimas palabras. Es cierto,
jamás lo hubiera hecho. Pero yo pensaba que ambas moriríamos tarde o temprano.
Casi se puede decir que le hice un regalo. Necesito hacerme creer eso. Soy una
asesina, lo sé, pero además he matado a Cris. Yo.
Él espera una respuesta que no sale de mi boca. Espera
que le diga algo, pero no encuentro las palabras que puedan justificarme. ¿Qué
puedo decirle? ¿Que fue un arrebato de ira, de venganza? Eso no sería
suficiente. Él continua, esta vez más afligido.
– La enterramos ayer, no vino mucha gente, pues casi
nadie sabe que murió, he sido lo suficientemente discreto además con las causas
de su muerte. Dije que te encontré casi muerta a unos cien metros de ella. Si
te preguntan dirás que no sabes que le pudo pasar. Que te alejaste de ella al
creerla muerta antes de que le dieran el pedrazo. Dirás que no recuerdas nada
más. ¿Me entiendes, verdad? Me he asegurado de que la historia sea lo
suficiente verosímil. No sé si lo sabes, pero tanto Cris como yo teníamos un
buen contacto en el gobierno, él cerrará el caso en unas horas.
Sigue
hablando pero desconecto.
Estoy llorando, no
de pena. Si no
de rabia por verme convertida en lo que soy. Lloro por que si quedaba algún
resquicio de la vieja Angy murió junto con Cris. Lloro por mí. La nueva versión de mi es lo suficientemente
egoísta como para no llorar por Cris y eso hace que llore más. Javi se levanta
y me da un beso en la sien. Pero es un beso frío. Lejano.
Los días pasan
y yo sigo
sin pronunciar palabra,
apenas duermo y
como. Abochornada descubro que los médicos piensan que es por el shock
postraumático. Si no hablo es por que no me da la gana, por que no tengo nada
bueno que decir. Y jamás he dormido o comido bien. Al cabo de una semana me dan
el alta, pero me asignan un par de sesiones semanales con un reconocido
psiquiatra. Le dicen a Javi que no puedo volver a estar sola ya que estoy
“mentalmente desequilibrada”.
En el paseo a casa de Javi él me dice que
continuaremos con mi falsa identidad. Angy ha muerto, así que veo perfecto ser
Noa. El camino se hace largo y me cuesta el andar, aún estoy débil y Javi tiene
que cogerme varias veces para evitar que me caiga.
Llegamos a su hogar, un adosado muy acogedor a las
afueras de vete a saber qué ciudad, y lo que descubro al entrar al comedor hace
que me caiga de rodillas al suelo sin que Javi pueda evitarlo. Hay miles de fotos
de Javi y Cris por todas partes, colgadas en las paredes, en marcos en las
estanterías, y una grande encima del hallar que capta toda mi atención. Es la
foto de su boda. ¡No puede ser cierto! Lloro de la impotencia, del miedo, de la
rabia. No he pensado en él ni una sola vez en estos cinco años y además he
reducido su, al parecer, feliz vida a cenizas.
Él me agarra por los hombros y me lleva hasta la
habitación de invitados.Yo grito, “No, no puede ser” una y otra vez. Me tumba
en la cama, saca las pastillas tranquilizantes que me han recetado los doctores
y que hemos comprado por el camino y me
ofrece una junto con un vaso de agua que ha traído de la cocina. Después de estar tanto tiempo conectada
a
la morfina la pastilla no hace mucho
efecto, así que sigo llorando y repitiendo mi cántico “No, no puede ser”. Javi me pone el pijama y me mete dentro de las
sábanas, se tumba en el otro lado de la cama y me acaricia el pelo suavemente.
Al fin habla.
– Recuerda que te traicionó y que pensabas que ibais a
morir. Nadie te lo recrimina.
Asiento con la cabeza, no por que esté de acuerdo con
lo que dice, si no por lo reconfortante de su voz. Porque es cierto, no hay un
mínimo de reproche en él. Siente lo que dice. Continua acariciándome el pelo
hasta que me duermo.
Entonces las pesadillas invaden mi calma de nuevo y me
despierto gritando de dolor, ese dolor que jamás desde hace cinco años he
podido eliminar del todo en mis noches.
Javi aparece en la habitación, corriendo asustando y con cara de sueño. Tengo la
sensación de que se había quedado en vela por si esto ocurría. Vuelve a
sentarse en la cama, me acuna sobre él y me duermo. Esta vez sin dolor, sin
miedo, sin ese pánico que me asfixia. Me duermo en sus brazos, con su olor bien
presente, el cual me recuerda que él está ahí, protegiéndome.
Comentarios
Publicar un comentario