LA PENÚLTIMA FILA A LA IZQUIERDA: Benny Goodman: El nacimiento de la era del swing, por Ana Bosch López
22 de Agosto de 1935.
Anoche fui a ver a Nancy. Yo no quería, no
me gusta que nos veamos fuera de mi apartamento, pero ella insistió y no pude
negarme. Había venido por la mañana. Llevaba uno de esos vestidos escotados por
la espalda y de grandes hombreras a lo Coco Chanel. Me dijo que por la noche
iría con unos amigos al Palomar Ballroom. Es uno de esos salones de baile donde
las jóvenes se desfogan y los jóvenes alargan las manos. No me gustan. Me
recuerdan a mis años de inmadurez y los añoro demasiado. Desearía volver a
estar en forma. Seguro que así, Nancy, se quedaría conmigo.
El lugar está lejos de mi casa, se
encuentra entre la segunda y la tercera calle de Vermont Avenue, pero aunque
Los Ángeles es grande, tiene buen acceso. Me quedé un momento en la puerta
antes de entrar. Sonaban melodías frescas, con un ritmo que difícilmente podría
seguir. Dudé. No sabía si sería buena idea entrar; al fin y al cabo, Nancy
estaría con sus jóvenes amigos y puede que ni se acordara de mí. En la puerta
había un cartel con el nombre del grupo que actuaba esa noche: La orquesta de
Benny Goodman. Había oído hablar de ella; el tal Goodman había nacido en
Chicago pero era de padres judíos emigrantes de Polonia. El año pasado había
colaborado en el programa radiofónico Saturday night Let's Dance de la NBC,
donde tuvo un gran éxito como clarinetista y director de su propia orquesta. Todos
esperaban a que llegase la última de las tres horas que duraba el programa para
bailar al son de sus arreglos instrumentales de las famosas “Moon Glow” o “Bugle Call Rag”. Por lo visto, había firmado un contrato de tres
semanas con el Palomar Ballroom para actuar por las noches. Decidí que no me
vendría mal escuchar algo de música fresca y entré.
Después de pagar mis cuarenta centavos por
la entrada y los cincuenta extras por el parking, me acomodé en una de las cinco filas de
mesillas de mármol colocadas a un extremo de la pista. La penúltima a la
izquierda, como a mí me gusta. Esa posición me da perspectiva para ver el local
sin parecer un espectador solitario. Aunque lo era.
No tardé en percatarme del gran número de
parejas que se encontraban danzando en la pista. Habría más de cien y aseguro
que cabrían otras tantas. Busqué a Nancy, pero no la encontré. Alcé la vista a
la orquesta. Allí estaba el famoso Benny Goodman. Era un tipo alto, con lentes
y, aunque tenía cara de no llegar a la treintena, poseía unas prominentes
entradas en su cabello. Al igual que el resto de su orquesta, vestía con
pantalones oscuros y una chaqueta blanca de corte largo. Detuve mi atención en
escuchar su música. Era fresca, de ritmos regulares y simples al oído.
Recordaba a los famosos ragtimes de Scott Joplin, pero con una textura orquestal,
que le daba más riqueza a sus acordes. Los solos se escuchaban con mucha
claridad, posiblemente porque la gran masa de instrumentos callaba cuando un
solista improvisaba acompañado únicamente por la batería o algún instrumento
grave. Esto no ocurría en las animosas piezas de las dixelands de New Orleans.
Mi pierna derecha no podía dejar de moverse a ritmo de aquella música. Era
agradable.
Vi a Nancy. Estaba
bailando con un chico rubio, alto y de facciones marcadas. No paraba de
agarrarle de la cintura y ella parecía dejarse. Se notaba que estaba feliz y
movía su cuerpo con soltura al ritmo de la melodía. Había bebido más de la
cuenta. El rubor la delataba.
Llegó el camarero y pedí lo de siempre; un
Martini seco. Me preguntó que me parecía Goodman y le contesté que me agradaba.
Me comentó que había abandonado la escuela con catorce años para dedicarse a
ser músico profesional y con sólo dieciséis, comenzó sus primeras grabaciones
con la banda de Ben Pollack, aunque su sueño siempre había sido Nueva York. No
tardó en cumplirse, y a los veinte, comenzó a grabar en solitario con su propio
nombre y a aparecer en espectáculos de Brodway. Al parecer, llamó mucho la
atención y gustó al público, ya que sólo cinco años después (el año pasado),
firmó con Columbia Records y en pocas semanas alcanzó el top ten con su versión
de “Ain’t Cha Glad?”.
“Un tipo con suerte” respondí. Realmente lo pensaba. Siempre he admirado a
aquellas personas a las que la vida les sonríe. La persistencia y el trabajo
duro no siempre tienen su recompensa porque, si fuese así, yo sería jefe de mi
propia empresa y no tendría que continuar lamiendo culos a incompetentes por
una miseria. Y tendría a Nancy loca por mí, no le importaría la edad, ni que la
vieran conmigo. Sería perfecto.
Ahí estaba, moviéndose ágilmente al son del
solo de saxofón de “All the cats join in”.
De repente me vio. Miró de reojo varias veces, la última me sonrió y continuó bailando con aquel joven.
Pensé en acercarme, pero preferí respetar sus deseos. De todas formas ¿qué
tenía que decirle? si podría ser su padre. No sé para qué quiere que vaya a
verla si luego me ignora de esa forma tan desagradable; quizá sólo le gusta
sentir que me tiene loco y que puede conseguir de mí lo que sea.
Terminé mi Martini y me levanté para irme
en el momento que sonaba la famosa Ain’t
Cha Glad?”, acompañada de una ovación general y unas enormes sonrisas en la
cara de los músicos. Esa canción era todo un éxito. Busqué a Nancy con la
mirada pero me fue imposible encontrarla ya que sólo veía una gran cantidad de
parejas moviéndose alegremente, como si no hubiese mañana. Dije adiós al
camarero que me atendió con la cabeza y salí por la puerta principal.
Ya en la calle me dirigí hacia mi Citroen
7A Traction Avant cuando observé una pareja besándose efusivamente al lado de
uno de los coches del parking. No puede verles la cara, pero reconocí el vestido
escotado por la espalda y las grandes hombreras. Me dieron ganas de separarlos
y repartir un par de puñetazos. En cambio, bajé la cabeza y suspiré.
Continué caminando, esta vez alejándome
del parking. El camino era largo, pero decidí pasear. Pensé en Nancy. Seguro
que mañana a primera hora aparecía en mi casa disculpándose y echándole la
culpa al alcohol. Yo no me lo creería, pero aún así, la perdonaría y luego nos
acostaríamos. No era la primera vez, pero ya había aprendido. Nancy era
indomable, y si un hombre como yo quería tenerla, debía permitir ciertas cosas.
Esta mañana me he levantado tarde, cansado
por la caminata de anoche y he encendido la radio. Hablan de anoche y del éxito
rotundo de Benny Goddman en el Pallomar Ballroom. Algunos dicen que ha marcado
una nueva era: la era del swing. Si eso es cierto, sus discos se venderán como
churros y conseguirá la participación de grandes músicos y cantantes como Ella
Fitgerald o Harry James. Quizá trabaje en el cine o tenga su propia película.
Definitivamente, ese Goodman es un tipo
con suerte.
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