Era grande, enorme, tupido, lustroso y, cuando lo mirabas con detenimiento, daba la sensación de dominarlo todo con ese aire de indiferencia propio de las matronas del pueblo. Seguro que sabía más de lo que callaba... Pero para mí era un fastidio. Ya conocía su importancia, sí: el aire de él conseguía el oxígeno, eso lo estudié de pequeño, ¿fotosíntesis, no?; también multitud de aves hacían en él sus nidos; servía de alimento tanto a hombres como a animales, y era encantador oír su voz cuando hablaba con el viento y sentir su frescura en el verano; vale, todo eso era cierto, pero no por ello dejaba de fastidiarme que en mis ratos de volar ocultase a mis ojos el horizonte. Así pues, al enterarme de su próxima tala, me alegré muchísimo. En un principio... La causa, una piscina privada y el miedo a que sus raíces pudieran horadar sus lisas paredes en busca del agua vital. No estaba bien desear su mal, lo confieso, pero en el fondo me gustaba la idea de dejar que mi mirada...